El título del presente artículo
corresponde a una publicación sugerente, que salió a la luz el año 2012. En los
dos tomos que corresponden a “No se baila así no más” la autora, Eveline Sigl,
busca profundizar el análisis de las danzas de la parte andina de Bolivia
superando una superficialidad que suele venir con la, peligrosa, folklorización
de la cultura y que se presenta bajo la superficialidad de la tradición y la
costumbre, como slogan. Así, desde la Antropología y etnografía, busca problematizar
y también polemizar este análisis para que desde ahí se logre niveles de
profundización en este replanteamiento del sentido del bailar, en medio de las
dinámicas culturales que nos llevan a la innovación que permite la vigencia de
las identidades y sus culturas pasando de generación en generación.
Partiendo de estas lecturas,
podemos aterrizar este análisis en lo que compete a la cultura y la identidad
de la Nación Chichas con el caso de Tupiza, que sin duda proyecta como bandera
la importancia y peculiaridad en medio del entramado de las culturas del territorio
boliviano. Así, entre las principales manifestaciones colectivas está lo que se
denomina como carnaval chicheño y es presentado, mayoritariamente, al ritmo de
las anatas (variación de la tarka andina), en detrimento de la caja y el erke. No
obstante, si consideramos el calendario agrícola y festivo, desde donde se
originan las danzas, debemos introducirnos en las épocas del ciclo dividas en:
seca y húmeda. En medio de estos contextos, vinculados al tiempo de la
naturaleza y los cultivos, vienen las manifestaciones festivas donde las anatas
corresponden al tiempo húmedo-fértil mientras que para la época seca se tiene a
los sikus como instrumentos de viento que acompañan, también, a fiestas
religiosas como ser el Tata Santiago. Entonces, cuando llevamos adelante un
tipo de celebración, ahí están vinculados aspectos, incluso, energéticos desde
la madre tierra a los cual aportamos con estas fiestas para lograr equilibrios
necesarios en el logro de la producción desde las comunidades.
Como un segundo elemento,
podríamos considerar la vestimenta que utilizamos en estas manifestaciones
culturales e identitarias. Primero, compartimos las abarcas que son característicos
de la población campesina para el trabajo de la tierra y producir los
ineludibles alimentos que llegan desde espacios rurales hasta la comodidad de
los mercados urbanos. Por otro lado, tenemos la pollera que directamente es un
implemento indígena, con los bemoles coloniales vinculados a su uso, y en los
hombres está el poncho que de igual manera proviene del uso cotidiano e histórico
de la vida rural. Por último, tendríamos el sombrero chicheño, que es
denominado ovejón y se produce hacia el sur de Tupiza en una comunidad perteneciente
a Villazón. Entonces, cuando vemos en forma global a todos estos implementos de
vestir observamos que ahí está presente la vertiente indígena originaria y
campesina del pueblo Chichas. Pero para la población urbana ¿qué representa
realmente esta vestimenta?, y es que ¿se trata solo de un disfraz o un traje
típico como también se suele denominarlo?
Con estos planteamientos,
parece existir una contradicción identitaria en cuanto a estos aspectos
culturales que parecen haber sido folklorizados y totalmente despolitizados,
alejados del contexto de su explicación y sustento histórico. Cuando notamos la
construcción que se ha realizado de la identidad de Tupiza, erróneamente planteada
como sinónimo de chicheña, esta fue vinculada a un aire de aristocracia y
abolengo hispano trascendido en grupos conservadores neocoloniales que buscaron
mantener vigente este pensamiento y proyección hasta nuestros días. En este
sentido, es fundamental comenzar a derrocar el aspecto folklorizante y
superficial de nuestras manifestaciones culturales y afianzar, de manera
coherente, los elementos que definen la identidad de la Nación Chichas, donde
la danza denominada carnaval chicheño
es solo una muestra de todo lo que resta analizar. De manera complementaria,
está el reencuentro cultural identitario, real y honesto, con nuestras
comunidades, que es donde se mantiene lo más neurálgico del devenir del ser
chicheña/ño y que extrañamente pretendemos negar, más allá del instrumental y
pragmático disfraz.