lunes, 11 de diciembre de 2023

SIMULACROS RITUALES

 

Cuando retomamos la lectura de los documentos históricos vamos recordando, o también conociendo, las prácticas culturales religiosas que se fueron posicionando, casi sin un sentido de origen, luego del, ya lejano, proceso de imposición colonial cristiana que para el siglo XXI pasa por ser una verdad incuestionable, más aún si tiene que ver con mandatos divinos incuestionables. De esta manera, diciembre comienza a generar una especie de aura emotiva que para algunas personas representa tiempo de reflexión y amor, dentro de una dinámica ritual festiva anual, donde el calendario parece demarcar tus emociones y sentimientos respecto da la/el prójimo. En medio de este escenario, la religión comienza a confundirse con prácticas meramente culturales, y casi folklóricas, como un pretexto más de darle sentido a la parte final del año, a manera de un mea culpa que permita limpiar nuestros males y ofensas hacia quienes son parte de nuestro entorno.

En medio de estos vericuetos y confusiones cultural-religiosas, ingresamos en una performance de paz y amor donde buscamos perdonar y se perdonados para hacer el aguante al mes de diciembre, donde, según la tradición cristiana, habría nacido Jesús, nada más que en el actual territorio Palestino de Belén y seguro provocaría más de una exacerbación xenófoba muy concordante con la “moral cristiana”. A partir de este antecedente, el contexto cultural de cada espacio fue definiendo formas específicas de celebrar la navidad cristiana, en detrimento y censura de otras formas de fe como las que se tenían en espacios como la actual Bolivia, o más bien de los pueblos del Abya Yala, donde se tuvo otros salvadores y cristos propios, que ahora casi nadie conoce desde la mirada sesgada implantada por todo un sistema proveniente desde la colonia y avalada por el Estado republicano que mantuvo y normalizó hasta la actualidad.

Bajo este marco, hace algunos años se llevó adelante el proceso constituyente que refundó el Estado republicano como Plurinacional y que incidió, justamente, en aspectos religiosos estableciendo la condición laica de la principal estructura que regula la convivencia social de nuestro pueblo. En el proceso de debate constituyente, fue llamativo el argumento que se manejó desde sectores conservadores para defender a ultranza a la relación de dependencia que debería mantenerse entre el poder cristiano, sobre todo católico, y el Estado boliviano. Así, se comenzaron a manejar discursos exacerbados de acusaciones de amenaza a la fe y asociaciones, incluso, al anticristo de los gobernantes de turno. Superando estas contradicciones, se logró concretar, legítimamente, el Estado laico, siendo un mínimo paso en el proceso de descolonización urgente para construir sociedades de respeto común entre todas y todos.

No obstante, la “tradición” cristiana ha quedado permeada en el cotidiano, pese a que sea muy posible que la normalización religiosa esté muy lejos de una capacidad argumentativa de su proceso de posicionamiento en el imaginario colectivo a manera de verdad absoluta omnipresente. Así, pese a vivir en un Estado laico, escuchamos y vemos vulneraciones a la constitución donde se sigue apelando a prácticas cristianas en eventos oficiales o escuchando en discursos que invocan a Dios casi como una muletilla que respalda, incluso, la violación de los Derechos Humanos o masacres a sectores populares con la biblia bajo el brazo. Así, diciembre viene con estos y muchos más aspectos que son sugerentes de analizar para darle un poco más de sentido a festividades tan difundidas como es la navidad cristiana extrañamente entramada en simbolismo “pagano” y “bárbaro”, secuestrada por el mercantilismo encubierto en un simulacro de reconciliación, paz y amor.


lunes, 4 de diciembre de 2023

CON OUTSIDERS NO ALCANZA

Imagen: Internet


El año 2003, se llegaba al momento político partidario más crítico de la historia boliviana, luego de la recuperación de la democracia, ya que luego de varios años, desde los ’90, los conflictos sociales iban en constante crecimiento ante la incapacidad de respuesta desde la esfera gubernamental y una devaluación del sistema político y de partidos. Así, habíamos superado momentos como la privatización de las principales empresas estatales, viendo poco a poco, los efectos de dicha medida en la economía de la población. Todo ello habiendo visto a los políticos (todos hombres) moverse a conveniencia a partir de la democracia pactada, el cuoteo, la prebenda y, cómo no, “cruzando ríos de sangre”; con lo cual el ejercicio de la política quedaba cada vez más en niveles altamente cuestionables y carentes de respuestas a la crisis generalizada.

En este escenario, a partir de la movilización indígena-popular en todo el territorio nacional, fueron cobrando fuerza una diversidad de dirigentes que aparecían de forma más recurrente en la palestra generando corriente de opinión, en medio de una sumatoria de víctimas de este periodo neoliberal. Entre estos nombres, indígenas y populares, uno (¿outsider quiza?) había destacado, logrando canalizar el apoyo, histórico, y mayoritario en las elecciones del 2005, luego de un complejo periodo de transición. Sin embargo, en este proceso fue fundamental la capacidad de estructurar una propuesta de país de tintes nacionalistas, que avanzaron aún más, consolidando la plurinacionalidad como una reivindicación de los pueblos y naciones indígenas originarias bajo la figura de Instrumento Político, de quienes fueron el sujeto social histórico que mantuvo la resistencia ante cualquier amenaza de sometimiento. De esta manera, se dio un viraje determinante en el Estado boliviano, incluida una nueva Constitución Política con amplios márgenes de legitimidad.

Pasaron más de 15 años de esos sucesos, con una ruptura constitucional entre medio, y actualmente, en la dinámica que tiene la política, se vienen generando quiebres internos en la organización política más importante de los últimos tiempos lo cual otorga cierto chance de oportunidad en las filas opositoras, también divididas en varias corrientes. En este panorama, y como algunos dirían, casi como señal divina en la Argentina, Javier Milei logró ganar las elecciones nacionales constituyéndose en el próximo Presidente del vecino país y que lleva consigo lo más rancio del conservadurismo reaccionario y antiderechos, como una amenaza latente para la estabilidad sudamericana. Milei vino con la ilusoria bandera de la renovación desde la poltrona en medio de la casta de la Cámara de Diputados. Como reacción, en la oposición boliviana, como es su característica, incapaz de plantear propuestas propias e innovadoras en contexto boliviano, no faltan quienes andan buscan al outsider que encarne al Milei boliviano, como si fuera una receta mundial apelando al azaroso “a ver si funciona” para derrotar al masismo.

De esta manera, sigue siendo llamativa la incapacidad de los partidos opositores para estructurar una propuesta de país, más allá del eslogan rabiosa y reaccionaria. Sin embargo, Bolivia tiene sus propias características sociopolíticas, con una fuerte carga histórica, que hace complicada la réplica directa de lograr la victoria de un Milei boliviano por nada más, un nuevo caudillo. Es por ello que solo con outsiders no les alcanza, sino que tienen el reto planteado para lograr leer la realidad boliviana sin aplicar recetas internacionales de manual, que sería más responsable para con el pueblo boliviano. De esta manera, hace rato nos hemos sumido en una etapa electoral precoz que parece desenvolverse a manera de tragicomedia, que para unos viene con el reto de esbozar, por lo menos, una propuesta seria de país y para otros replantear las propuestas en base a las condiciones actuales que ya no son las mismas de los inicios de siglo XXI, con la presencia de nuevas/os actores políticos incluidos quienes no dudarán en gritar “viva la libertad…” para ver si el show visceral les alcanza.