lunes, 31 de marzo de 2014

TERRITORIO DE EMANCIPACIÓN

La tierra de los Chichas cuenta con una herencia guerrera muy fuerte que se ha mantenido dentro de la identidad de su población por el transcurso del tiempo hasta nuestros días. Así, nos ubicamos en la época precolombina donde esta población no pudo ser sometida por ningún imperio en su proceso de expansión hacia el sur. En primera instancia se desecha la participación dentro de la estructura aymara y tampoco haber sido un señorío. Posteriormente, el incario solo llegó a obtener acuerdos con los Chichas nombrándolos como Orejones y perteneciendo a la casta por esta misma característica guerrera que proteja el territorio de los chiriguanos del Chaco tarijeño, como lo había hecho desde mucho tiempo atrás. Igualmente llegamos hasta la colonia donde se utilizaron otros mecanismos los cuales solo sirvieron para realizar una especie de alianzas con las autoridades chicheñas para poder ampliar sus territorio de colonización sin que ello constituya algún riesgo para la sociedad chichas de ese momento. Así, nuevamente este pueblo guerrero fue el flanco principal para dirigirse hacia los valles del sur este y fundar con población chicheña a pueblos que constituyen hoy la identidad tarijeña.

No obstante, el espíritu libertario y las ideas emancipadoras se fueron profundizando y madurando para poder manifestarse en los momentos convenientes. Así, llegamos a la sublevación de marzo de 1781, la cual no es tan conocida para nuestra población pero que merece ser descrita para que se conozca este, otro, momento donde se tuvo un intento de levantamiento junto a los sucesos que se vivían con Tupac Amaru. Esta vez representado por Luis Laso de la Vega, y otros, como principal cabeza del motín en la villa de Tupiza mostrando además una alianza entre grupos sociales en contra del dominio español. No obstante esta empresa no tuvo gran éxito y fue controlada por los realistas para seguir latente el sentimiento de los chicheños hacia la búsqueda de la eliminación colonial. Algún tiempo después, se va realizar la primera gran victoria armada de los Chichas como parte primordial del Alto Perú, en los campos de Suipacha el 7 de noviembre de 1810 la cual fue precedida por lo sucedido en Cotagaita donde la derrota patriota momentánea fue parte de un mecanismo que lleve a los realistas hasta una estrategia militar certera en los campos de Suipacha.

Con lo manifestado, los acontecimientos libertarios y las acciones en el mismo sentido se fueron sumando cada vez más con lo cual llegamos hasta 1825 donde entre el 31 de marzo y el 1º de abril se daría la Batalla de Tumusla en parte de lo que es hoy en día la Provincia Nor Chichas para terminar con el último realista representante de Fernando VII luego de la derrota del Virrey La Serna con las Batallas de Ayacucho y Junín. Así, después de lo sucedido en Tumusla con la muerte de Pedro Antonio de Olañeta se erradicó por completo el dominio español y todo vestigio posible en el Alto Perú. Con todo lo expresado, observamos que el territorio de los Chichas ha estado marcado en diferentes momentos por un carácter y un sentimiento libertario que queda en la identidad de los actuales habitantes. Es este mismo lineamiento el que debe integrar el espacio territorial, dividido por intereses ajenos, pero marcado por todos estos sucesos como una interesante característica que reconfigure los lazos y relaciones históricas de los levantamientos ocurridos dentro de los Chichas. Así, el carácter emancipatorio es solo uno de los aspectos que nos sirven de unificadores dentro del proceso de reconstitución de la Nación Chichas, donde se deberá establecer una sola línea histórica para todas las localidades de su territorio así como los elementos constituyentes que permitan entender y argumentar con certidumbre este complejo proceso reconstitutivo que se pretende conseguir junto a la histórica autodeterminación de los pueblos dentro de una nueva coyuntura y contexto históricos.

lunes, 24 de marzo de 2014

LA DIPLOMACIA DE LOS PUEBLOS

El día 11 de marzo, hace solo algunos días atrás, a la llegada del Presidente Boliviano Evo Morales hasta la República chilena se logró escuchar las aclamaciones de ciudadanos del vecino país que decían “¡mar para Bolivia!” en instantes en que el Ejecutivo boliviano hacía sus declaraciones ante los aprestos de la posesión de la nueva Presidenta Bachelet. En ese marco tan favorecedor para nuestro pedido histórico se fueron desarrollando otros sucesos importantes donde se manifestó de manera abierta y masiva, como años anteriores, el apoyo de organizaciones chilenas en una justa demanda de nuestro país luego de una guerra gestada por interés de pequeños grupos existentes en los albores de la Guerra del Pacífico. Ahora, más de un centenar de años después parece que en Bolivia se ha vuelto una tediosa y mecánica costumbre el desfilar cada 23 de marzo para recordar esta oscura fecha donde nuestro país quedó aislado de un acceso hacia el Océano Pacífico además de todas las riquezas que ahí existían.

            De esta manera, el Canto a Abaroa y la Marcha Naval son los principales himnos que se escuchan de forma romántica y, casi, naturalizada dentro de nuestro calendario anual como si fuera una tradición más que se espere cada gestión. Así, encontramos frases que llegan a pecar de irrisorias cuando se las contextualiza con las personas que desfilan muy alejadas de un verdadero fervor cívico y reivindicativo por retornar algún día a tener un acceso al mar. Así, nos encontramos con estrofas que dicen “Que pronto, tendrá Bolivia otra vez su mar, su mar” en las cuales cabe cuestionar cuantos años, uno tras otro, venimos entonando esta canción que, pasada la fecha aludida, se olvida fácilmente para retomar las actividades cotidianas y esperar la nueva fecha cívica del calendario nacional. Desde esta perspectiva el civismo debería ser replanteado a otras formas de pensamiento enmarcado en un nuevo tiempo que se vive en esta parte del mundo caracterizado por un espíritu de integración de los pueblos más allá de los Estados, aunque también siguen este lineamiento con gobiernos progresistas en su mayoría.

Ya han transcurrido más de cien años de enclaustramiento marítimo y solo se ha conseguido mantener vivo un sentimiento de “enemistad” hacia el pueblo chileno, y viceversa, que solo daña el proceso de unidad e integración, además de ser un antivalor para las nuevas generaciones de ambos países, herederas y víctimas de un conflicto que no habían planeado. Así, con el paso del tiempo, hubo acercamientos para concretar el acuerdo esperado para que Bolivia retorne al mar, pero los mismos no fueron culminados. Esta vez, con dos gobiernos de tinte socialista se había esperado un efecto similar el cual tampoco se consiguió con el primer gobierno de Michelle Bachelet; y el segundo gobierno actual viene precedido de la demanda ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya interpuesta hace poco tiempo atrás como una de las últimas cartas de Bolivia para, paradójicamente, “obligar a Chile a negociar una salida al mar”, el cual de por si no es una solución al problema sino el inicio de otra etapa si es que se tiene un fallo a favor nuestro. De esta manera, esperemos que la coyuntura internacional con el acercamiento de ambos gobiernos vaya respaldado de una especie de diplomacia de los pueblos desde donde posiblemente salgan algunas voces más lúcidas que las de instancias estatales que tienen consigo muchas otras cargas, casi siempre beligerantes e interesadas, que impiden avanzar en problemas complejos y enmarañados como el del “mar para Bolivia”.

lunes, 17 de marzo de 2014

LA (RE)EMERGENCIA DE LAS NACIONES

Hace algunos días pude leer un artículo en el Periódico Pukara Nº 91 titulado “La Nación aymara: pasado presente y futuro” (Guillermo Vásquez), donde se hace una reafirmación de la existencia de una Nación Aymara, esto a partir de algunos elementos de análisis donde se incluyen aspectos históricos de la aseveración realizada. No obstante, dentro de este texto se habla nuevamente de la inclusión de los Chichas como un señorío aymara como parte de este pueblo en tiempos precolombinos y preincaicos. Así, nuevamente sale a la luz este aspecto cuestionado en referencia a la participación de los Chichas como parte de la estructura organizativa aymara. De esta manera se plantea este aspecto sujeto de debate donde, primero, se habla de los Chichas como un señorío aymara y, segundo, entender al pueblo aymara como una Nación. Bajo estos antecedentes, se presenta la disyuntiva respecto de la participación de los Chichas en una organización aymara y las aseveraciones desde líneas de investigación asociando a los primeros con la Confederación Qaraqara-Charka y otra que menciona una organización independiente denominada Confederación Chichas.

            A partir de lo mencionado, debemos retomar un nuevo debate respecto de lo que se entiende como Nación, todo ello a partir de características actuales que estén basadas en fundamentos históricos sin dejar de lado el rastro cronológico y el devenir de estos pueblos. Así, en la actualidad, Bolivia ha asumido la caracterización de Estado Plurinacional con lo cual las naciones precolombinas cuentan otro precedente para trabajar en procesos de reconstitución. Desde esta perspectiva, debemos hacer una nueva lectura de la Constitución Política del Estado que entre sus primeros artículos hace una mención de 36 naciones y pueblos indígena originarios de Bolivia; pero el aspecto fundamental de este punto es que no se hace un reconocimiento de los mismos como naciones como tal sino se hace mención de ellos solo como idiomas oficiales. En este sentido, habría que leer entre líneas el Artículo 5 referido expresamente al tema idiomático y no así a la estructura organizativa social ni política del Estado que genera una aceptación directa; como si estos idiomas que se mencionan serían directamente las 36 naciones existentes en Bolivia.

Con este enfoque, nos ubicamos nuevamente con el pueblo aymara que encierra dentro de sí a una variedad de naciones unificadas desde una característica idiomática; lo mismo que sucede con quechuas de entre los cuales, por ejemplo, ahora se diferencia la Nación Yampara. Con estos elementos, los Chichas vienen impulsando un proceso reconstitutivo como Nación a partir de una serie de argumentos que engranen una propuesta integral y no aventurada, solo por un determinada coyuntura generada en los últimos tiempos. En esta misma línea de análisis debemos seguir debatiendo sobre aspectos como el manifestado artículo de esta manera seguir profundizando en elementos organizativos de lo que se vaya proyectando en la actualidad. Asimismo, con seguridad se irá potenciando una re-emergencia de las naciones, originarias, que han existido y todavía existen en nuestro país con lo cual se siga avanzando en la consolidación de un verdadero Estado Plurinacional mediante el reconocimiento de naciones plenamente constituidas desde la herencia precolombina.

lunes, 3 de marzo de 2014

FOLKLORE, LA GUERRA SIMBÓLICA

Una vez más la polémica, precedida por el siempre oportuno coyunturalismo, se hace escuchar en los diferentes medios de comunicación, donde se incluyen las redes sociales. Ahora es el turno de lo sucedido en el festival Internacional Viña del Mar, realizado en la vecina República de Chile que ya de por si trae consigo todo el prejuicio y la carga histórica de lo sucedido en la Guerra del Pacífico. Sin embargo, ahora las expresiones de indignación vienen levantadas por una apropiación indebida del patrimonio cultural boliviano que se expresa en manifestaciones folklóricas originadas y creadas en nuestro país, pretendiendo mantener vigente un enfrentamiento imaginario mediante una guerra simbólica. Así, la “Quinta Vergara” fue testigo de dos hechos que llamaron la atención de la población boliviana que vio una manipulación en el uso de diferentes danzas como ser el tinku, caporal, morenada y diablada que se utilizaron para armar la coreografía de canciones de genero reggaetón. Pero para realizar un acercamiento y poder alejarnos de un exceso de chauvinismo debemos hacer mención a algunos elementos que nos permitan entender al folklore en sus diferentes aristas, contextos y formas de entenderse; y a partir de estos elementos hacer una relectura de lo ocurrido en la vecina Chile.

En primera instancia debemos entender al folklore desde su definición conceptual la cual es entendida como la cultura popular sin que esto denote un aspecto de clases sociales sino una creación desde el pueblo en su conjunto, o desde abajo. Así este producto construido socialmente está ligado a las relaciones entre personas y entre pueblos partiendo de un patrón común pero que a su vez nunca es estática sino que varía en diferentes aspectos, importando en última instancia la generación de comunidad. Por otra parte se debe establecer una diferenciación entre el folklore y lo autóctono donde el primero es una construcción inventada o creada en tiempos relativamente contemporáneos a partir de necesidades de un pueblo. Lo autóctono está directamente ligado a una cultura ancestral que ha sido transmitida de generación en generación sobre todo por vía oral y dentro de las costumbres y tradiciones de un pueblo. No obstante, existe una delgada línea que une a ambas ya que el folklore cuenta con una raíz en algún lugar de lo autóctono o lo ancestral para fundamentar esta invención más contemporánea y estilizada a los requerimientos de una sociedad concreta.

Con lo mencionado, no debemos olvidar que lo presentado como coreografía del artista chileno Gepe que estaba compuesto en su totalidad por danzas de origen boliviano contaba con tinkus, caporales, morenada y diablada. Solo como comentario cabe señalar que la danza del tinku ya es de por si una variación exacerbada del ancestral combate del Thinkuy en el norte de Potosí el cual puede ser sujeto de muchas críticas si se profundiza en su nivel de variación y estilización. El caporal es una danza llena de expresiones machistas y elitistas que fue sujeta a estudios sociológicos donde se ahonda en estas características que no están muy lejanas de ser una variación de la saya o tundiqui muy bien acomodada para profundizar en las diferencias sociales con rasgos marcados de colonialismo que utiliza estos mecanismos sutiles para mantenerse en vigencia. La morenada es una danza centralizada en la demostración de ostentación económica que cobra mayor fuerza en sectores sociales mestizos populares, o también conocidos como “cholos”, que tienen como principal base la economía y su capacidad de demostración pública de su tenencia; así el Gran Poder es una muestra clara de este sector que pugna el poder económico con otros grupos, principalmente, de La Paz. La diablada es una creación que nos remonta a una relación con seres del inframundo muy ligados a la minería, como ser el Tío o Supay, a los cuales se rinde pleitesía a cambio de favores en la producción y la economía. Como se observa en todas estas expresiones culturales (que son aún más complejas) existen de trasfondo varios aspectos no siempre positivos para la sociedad, pero las mismas no son puestas en cuestión desde esta perspectiva y simplemente son recurrentes bajo el paraguas del folklore nacional, sin importar sus connotaciones simbólicas. La presencia de estas danzas en Viña del Mar es cuestionada por un tema patrimonial, lo cual no significa que se deba generar una polémica mayor como relacionarla prejuiciosa y sospechosamente con la usurpación marítima de otros tiempos. Está claro que por las vías pertinentes se haga los reclamos necesarios pero esto también debe llevarnos a reflexionar sobre lo que tenemos en la simbología de esas construcciones del folklore nacional las cuales transmitan valores favorables para la sociedad en su conjunto. Por último, se encuentra lo sucedido con Ch’ila Jatun que parecen haber sufrido, nuevamente, una injusticia al perder frente a la representante local; pero ahí van nuevamente las formas de entenderse a la cultura y al folklore desde cada persona que en este caso se trata de Paloma San Basilio de origen español donde el folklore tiene otras aristas y formas por lo cual es un tema extremadamente subjetivo; sin que se deje de lado la posibilidad de una presión ajena desde la organización chilena posiblemente prejuiciosa y elitista presente en todo lugar y momento.