Cochabamba
es más que una “capital gastronómica” y encierra una historia, una población,
una vivencia cotidiana que se construye a cada instante en medio de
significados y significantes. Haciendo gala de un género de relato cuasi
existencial, aprovecho este pretexto cívico del 14 de septiembre para recapitular
algunos momentos de gran relevancia en mi proceso de formación como profesional
y como persona. Así, primero debo reconocer que con el paso del tiempo voy
perdiendo la memoria por lo cual puede ser prudente plasmar estas palabras
provenientes del recuerdo, no como nostalgia sino como aprendizaje. De esta
manera, tengo un primer encuentro con el valle cochabambino el año 1998, donde
se encontraban estudiando mis hermanos y yo estaba de paso rumbo a Santa Cruz,
así por algunas horas estuve fluctuante en este lugar sin mayor objetivo que
encontrar a mis familiares de primer grado, lo cual no tuvo un resultado
positivo. Así, solo pude llevarme sobresaltos aventureros y las percepciones de
gentileza de algunas personas cochabambinas y un Cristo en lontananza; a este
fugaz paso por el valle le siguieron visitas similares, teniendo a mi hermana
como anfitriona principal, ahora sí, con visitas a esos lugares del horizonte
lejano, algo más empapado del aire y vivencia q‘ochala.
Volví
años después, 2002, en medio de confusiones y grandes dilemas de vida (en este
caso reales y no seudo existenciales) ahora como residente permanente
(emigrante-inmigrante) siendo mi nuevo hogar por varios años en búsqueda de
lograr la “profesionalización”, como un Sansimoniano más, dentro de esta casa
de estudios superiores. Tuvieron que pasar, casi, dos años para sentirme plenamente
confortado por este espacio con su clima, su gente, su comida y todos los
elementos que lo caracterizan fluctuante entre amistades del mismo lugar de
origen y, los más, de diferentes latitudes. En ese tiempo tuve que transitar de
las ciencias tecnológicas a las Ciencias Sociales encontrando una comunidad que
se fue constituyendo como una familia, que al final de cuentas tienen la misma
matriz. Así, entre lecturas, cafés, tertulias y más fuimos cultivando un grupo
heterogéneo, constituido por mujeres y hombres, muchxs inmigrantes como yo, con
una gran cercanía, fraternidad y complicidad. En medio de estas convivencias
estaban diferentes facetas de la vida como ser lo académico, ideológico y
político entre otras que nos obligaban a pasar mucho tiempo en los pasillos y
gradas de aquel edificio republicano que nos albergaba tan cálidamente (ahora
este lugar tiene otras misiones y lxs estudiantes de las Ciencias Sociales han
sido relocalizados a otros espacios, mucho menos acordes a nuestra proyección).
Lo
momentos de ágape y distracción, que por cierto eran muchos, los pasábamos en
gran parte albergados por la universidad. Sin embargo también estábamos
presentes en otros lugares y no-lugares tratando de darle alguna explicación al
orden de las cosas o caso contrario motivar las revoluciones inexcusables para
cambiar el statu quo de ser
necesario. Así, andábamos de cuando en cuando relatando en torno al elixir del
valle, que algunxs llaman chicha, junto a sus cercanos como la garapiña y el
guarapo, con interludios de la tradicional y centenaria cerveza cochabambina y,
cómo no, las comidas de la cocina valluna inigualable, seguramente por la
energía presente en este lugar. Pasaron los años y nos dirigimos por caminos
bifurcados y diferentes; nos hemos direccionado, en muchos de los casos, por
diferentes luchas y causas que vislumbren algo más que el tedio de la
cotidianeidad. En un contexto en el que las revoluciones se fueron concretando,
siendo testigo de sucesos como el 11 de enero de 2007 que afectó, duramente, el
tejido social de la otrora integración gestada durante la “Guerra del Agua”. De
esta manera pasaron casi 10 años de vivencias en este valle acogido por el Apu Tunari,
reencontrándome con un idioma vivo de nuestros pueblos originarios, el quechua,
junto con toda la cosmovisión implícita. Así, fue pasando en tiempo y
Cochabamba fue percutor de mis cortes epistemológicos, fundamental hoy en día,
con vínculos permanentes con la academia (Sociología, Ciencias Sociales, el
Centro de Investigaciones Sociales, el Centro de Estudios Superiores
Universitarios, Cachín Antezana,
Fernando Mayorga), la lectura y la escritura; pincelando la bohemia y el arte;
incluido el fútbol con el Aurora (equipo del pueblo).
Hoy
en día, Cochabamba demarca toda esa carga objetiva y subjetiva en mí,
permitiendo habitar otros espacios siempre fluctuante y a la espera del
retorno, como un ser valluno innato (valle chicheño, valle de Kanata). Para
este tiempo, Cochabamba se ha resignificado por hechos más contemporáneos y
experiencias de un migrante eterno, pero mantiene consigo el aporte que pudo
brindar durante mi residencia en este lugar que, con todos sus elementos,
materializa el Sumak Kawsay entre la
urbe, las provincias y sus comunidades. A kilómetros de distancia, también
brilla el sol de septiembre y escribo este homenaje a un territorio, un pueblo,
una historia y mucho más; sintiendo el riesgo de que estas palabras no logren
plasmar, en plenitud, a Cochabamba en mí. Por eso y más, un kaj por Cochabamba…