Los caminos rumbo a las elecciones municipales,
repuntan una serie de factores importantes que pretenden embanderar las mejores
propuestas en bien del municipio y su población. Es importante considerar
cuáles son las verdaderas necesidades que tienen las y los habitantes, más allá
de la demagogia que puede desbordarse en tiempos de campaña, superando,
incluso, las competencias atribuidas por la Constitución Política del Estado, o
la Ley Marco de Autonomías, para el nivel de gobierno municipal cayendo en
propuestas alejadas de la realidad, mucho más en comunas que no cuentan con
presupuestos suficientes para estas empresas. En este sentido, cuando
analizamos las propuestas electorales, es importante considerar, más allá del
qué, el cómo se lo hará para alejarnos de las obras rimbombantes que pueden
existir en verdes y colorados.
En este marco, existen provocaciones sobre la saga
electoral que define los parámetros democráticos vigentes en los que cada
persona, en el marco del ejercicio de ciudadanía y los derechos políticos,
tiene la última palabra frente al ánfora. Entonces, surgen algunas
interrogantes vinculadas que ponemos sobre la mesa para el debate. Dentro de un
panorama electoral diferente al planteado a nivel nacional, en las elecciones
generales, ¿votamos por una sigla/color o por la/el candidato al Ejecutivo?
porque, hasta donde parece, el programa queda al margen en la mayoría de casos.
En este marco ingresa el cuestionamiento vinculado a la política sin ideologías
que apela, más bien, al “pragmatismo” que se concreta en la mayoría de partidos
y agrupaciones ciudadanas, muchas veces presentadas como alianzas o
candidaturas independientes, donde incluso no existe ninguna relación entre la
sigla y la/el candidato, por lo que se puede postular por uno u otro color sin
mayor problema, dejando totalmente de lado los programas partidario-ideológicos
que se podrían tener dentro de esa sigla, abriendo así una fisura de
incoherencias que ponen en entredicho las propuestas que se puedan tener.
Cada municipio (342 en Bolivia) representa a todo un
universo complejo y lleno de particularidades, en el caso de Tupiza, y
similares espacios chicheños, la cultura y la identidad suelen tener una fuerte
influencia en la población, dentro de diferentes actividades y en lo cotidiano.
En este sentido, ingresa el planteamiento de la representatividad de la o el
candidato, donde podemos observar los intentos de lograr este acercamiento e
identificación mayoritaria que permita tener, desde este punto de vista, un
apoyo mediante el voto en favor de una u otra candidatura. Dentro de este
aspecto, también se generan contradicciones a partir de la folklorización
instrumental de la cultura y la identidad, sin entender realmente lo que
siquiera significan estas dos categorías. En este mismo punto, ingresan los
criterios respecto de los niveles de identificación y pertenencia que la
población puede tener por este tipo de planteamientos simbólicos como ser la
tupiceñidad, en consideración de los procesos migratorios y la relación
urbano-rural; sobre todo cuando ésta ha sido construida bajo lineamientos
discriminatorios y señoriales vinculados a lógicas coloniales centenarias. Con
lo manifestado, el escenario local es siempre un reto sugerente que se abre
cada cinco años, con estos y otros elementos que abren un paraguas al debate,
entre demagogias, simbolismos e incoherencias que se pueden identificar y que
al final de cuentas serán definidas de manera individual, pero con una
proyección colectiva, de lo que vive, piensa y siente el electorado, y lo
plasmará frente a la papeleta el día de las elecciones.