Después de haberse conocido
el asesinato de la periodista Analí Huaycho en manos de su esposo Jorge
Clavijo, un ex miembro de la policía, se fueron manifestando diferentes locuciones
desde espacios diversos ocupando así un sitial importante dentro de las
principales noticias, análisis y opiniones. Sin embargo, esta situación llama
la atención porque al parecer hasta este tipo de noticias y hechos suelen ser
utilizados de forma mediática porque son muchos más los casos que acontecen de
forma permanente en el país y esto ha cobrado relevancia al tratarse de una
mujer periodista, el cual claro que tampoco puede quedar en impunidad. Así,
luego de este acontecimiento fueron muchas las personalidades que comenzaron a
manifestarse en torno al tema y en el espacio político se llegó al tratamiento
de una nueva Ley contra la violencia que partió de la protección específica de
las mujeres y que en el debate se amplió a cualquier forma de violencia. Con
esta medida hay que esperar todavía los logros y avances que se pueda tener en
esta problemática, ya que como en anteriores legislaciones las letras plasmadas
en estos documentos fueron insuficientes para luchar contra un tema complejo.
En este sentido, son sugestivas los
usos y costumbres de la población en general que viene reproduciendo de forma
normalizada ciertas prácticas que no dejan de lado aspectos como la generación
de imaginarios machistas en un orden social otorgando además a los varones el
control de la fuerza como innato a su condición genérica. Es por ello que uno
de los puntos de origen para tener este tipo de problemáticas de violencia y
sometimiento se encuentra en lo cotidiano donde el sistema y las familias
vienen implantando estas estructuras de pensamiento en los niños y niñas
encasillándolos en ciertos roles y perfiles sociales que a la larga, y con
otras influencias, tienen consecuencias desastrosas. Así encontramos la muy
común expresión de “macho macho” cuando un niño tiene alguna caída o similar,
donde además se dice que “los hombres no lloran”; o para las niñas el siempre
riesgoso “te pego, o castigo, porque te quiero” que a la larga puede provocar
la asociación del uso de la violencia como una expresión de cariño, ya en una
relación de pareja. De igual forma, se encuentran las preferencias lúdicas que
se suelen direccionar diferenciando a varones y mujeres, dando a los primeros
los juguetes de acción y violencia y a las segundas se les otorga muñecas y
juguetes de índole doméstico. De esta manera, posiblemente sin saberlo, en esta
esfera familiar se dan los primeros atisbos de la reproducción de un sistema
machista en detrimento de las relaciones de pareja que posteriormente se
generan en condiciones de desigualdad y dependencia.
Posteriormente, nos encontramos
dentro del sistema educativo donde al parecer existen sectores que todavía
mantienen vigente esta visión que conserva las condiciones de superioridad de
unos sobre otros y con otras categorías se ahonda las diferencias entre varones
y mujeres, pero diferencias en desigualdad y no en complementariedad. Con
seguridad que nos encontramos con un tema muy complejo que tiene doble filo al
tratar de establecer las mejores relaciones sociales donde se vaya eliminando progresivamente
este tipo de taras sociales como ser el machismo, pero tampoco se quiere caer
en el riesgo de la equidad confrontacional entre varones y mujeres. Desde este
sentido, posiblemente tendríamos como la mejor opción la búsqueda de la
complementariedad aplicable en la realidad y no solo de discurso. Así, la
violencia tiene diferentes mecanismos subjetivos que potencian formas de interacción
que en el peor de los casos se ha normalizado en nuestra sociedad como otra
manera opcional de llevar adelante una relación, o peor aun una familia. Por
tanto, la violencia se va originando desde un espacio individual interno que
tiene como percutor a defectos como la ira, el rencor, el miedo y muchos más
que de forma subconciente trabajan en nuestras reacciones desde el nivel más
sutil hasta un total adormecimiento que termina en hechos como el asesinato de
forma siempre creciente, ahí también está el argumento de que una persona
violenta no cambia, o por lo menos no sin un trabajo interno de eliminación de
esos defectos inmersos en la psicología que se van potenciando, también, con
las vivencias e impresiones del entorno.