Como siempre, cuando las
costumbres son alteradas nos llama la atención del por qué ocurrió tal
situación; así ocurrió cuando en el mundo escuchamos la noticia de la dimisión
de la cabeza de la Iglesia Católica, el Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger.
Con esta sorpresiva referencia se pone en cuestión diferentes aspectos que
parten de la persona como tal pero que no se pueden quedar al margen de su
representatividad hacia una de las instituciones que tiene, ¿o que tuvo?, mucha
influencia a nivel mundial. Asimismo esta institución ha logrado constituirse
en un Estado vislumbrando así, lo que antes ya estaba muy cantado, el anhelo de
ejercer el poder bajo el pretexto de la fe. Junto a esta dimisión se vienen
tejiendo diversas especulaciones, en el mayor de los casos, a cerca de los pros
y contras además de las motivaciones para que la cabeza católica haya tomado
tan extraña decisión. Por tanto, después de cientos de años se conoce algo así
donde el actual Papa quedará en retiro por voluntad propia y no por los
designios de la naturaleza, como se acostumbraba.
Cuando se piensa y recuerda el
conclave que eligió a Ratzinger como nuevo Papa, no se puede quedar a un lado
la imagen de este mismo personaje que años antes formó parte de la juventud
hitleriana lo cual quedó plasmado en una fotografía que se conoció junto a las
repercusiones luego de su elección. De la misma manera, se fueron emitiendo
diversos criterios respecto de su persona, como su carácter conservador que
parecía llegar aun más opacado frente a su antecesor Juan Pablo II. Pero como
ocurre con toda noticia, y con los medios de comunicación, tiempo después el
polvo levantado se asentó y todo se volvió parte de lo cotidiano sin mirarse
mucho hacia el Vaticano. Pero un aspecto complementario para el alejamiento del
interés por esta temática es que para todos el acontecer en la Santa Sede nos
suele resultar tan ajeno que pierde toda influencia en la vida de los simples mortales
de este planeta. Además, la iglesia (y lamentablemente la religión) se van
quedando como parte de simples procedimientos que son requeridos como parte de
la tradición en hechos basados en el cumplimiento de los sacramentos. Más allá
de esta necesidad, casi obligatoria por las normas sociales, la iglesia es más
bien la representación de la institucionalidad del poder que en el paso de la
historia ha jugado roles determinantes, pero, desde una visión negativa para la
convivencia humana. Sin embargo, también existieron y existen algunos sectores
más progresistas que hacen el aguante al acontecer de la(s) iglesia(s) que
tratan de rescatar el verdadero mensaje del cristianismo.
Junto al acontecer, desde la iglesia
como detentadora del poder, fueron casi bien justificados los fraccionamientos
en su interior además de otras voces disonantes que llevaron hacia nuevas
alternativas como ser el protestantismo y en el otro lado el socialismo, a la
luz del marxismo principalmente. De esta manera se fueron confundiendo los
roles que la iglesia debería cumplir, que a veces suele ser la religión y en
otras la política, desde la capacidad de influir decisiones determinantes en el
devenir de otros Estados, pero con repercusión mundial. Así, junto a esta
sombra parece que se va dejando de lado el trabajo interno espiritual y se
aboca en lo externo muy ligado a la frivolidad del día a día que se extendió
hacia los miles de seguidores de la iglesia católica que con esta guía no
quedan exentos de seguir la misma línea. Ahora, la renuncia del Papa Benedicto
XVI resulta ser una excusa para poder diferenciar entre la Iglesia
(institucionalizada) y la religión que debería plasmarse en el trabajo personal
interno y esotérico a partir del cual recién vamos a construir la iglesia simbólica
legada por el cristianismo y la doctrina universal que transciende y unifica a
todas las instituciones, denominadas, iglesias.
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