La familia es considerada como la
institución central de la sociedad o el núcleo de la misma a partir de la cual
se estructura y genera relaciones de mayor complejidad, a decir de la sociedad.
A partir de esta premisa, es necesario y urgente establecer algunos criterios a
cerca de la realidad de las familias, en un contexto nacional o local, de la
cual somos testigos y cómplices de muchas situaciones problemáticas. Entonces,
una primera consideración está referida a la integridad de la familia como
motivación para defender, a ultranza, la mantención de la unidad de esta
institución. Como respuesta inmediata vamos a constatar que esto es una
falsedad ya que por muchos siglos la lógica bajo la que se estableció la
familia ha sido verticalista y autoritaria dentro de la cual se generan
desigualdades entre hombres y mujeres como miembros de la misma, enmarcados en
un sistema patriarcal y prácticas machistas. Por tanto, el hogar como lugar de
reproducción familiar se convierte en el espacio doméstico el cual se mantiene
ajeno a la situación pública en vinculación con el interés o bien público, al
cual debe responder el Estado y otras instituciones relacionadas a lo público.
Un segundo aspecto está vinculado
al muy añorado modelo de familia nuclear, también conocido como familia normal,
del cual estamos tan alejados en realidad y más bien vivimos dentro de
diferentes tipos de familias que complejizan esta perspectiva y lógica de lo
que es una familia. Entonces, la mencionada familia nuclear ha sido afectada
por una serie de situaciones problemáticas dentro de las cuales está el
ejercicio de violencia, principalmente de hombres hacia mujeres y hacia niños y
niñas, dentro de esta lógica desigual como una relación de poder. Entonces,
debemos reconocer que en muchos de los casos, si no todos, la unidad familiar
ha sido conservada bajo las secuelas de estas relaciones violentas que deben
ser ocultadas por el qué dirán y la presión social ejercida por una estructura
patriarcal cómplice de estos modelos familiares a lo largo de la historia. Así,
cuando se apela a la liberación mediante un proceso de separación y/o divorcio,
el aparato doble-moralista de la sociedad se encarga del hostigamiento, sobre
todo, a las mujeres que deciden alejarse de estas condiciones de vida para
buscar una mejor perspectiva para los hijos e hijas.
Es aquí, donde ingresan agentes
institucionales como ser las iglesias que pretenden seguir conteniendo las
relaciones conflictivas y violentas, además de otras consecuencias de la doble
moral a la que nos hemos acostumbrado y, hasta, hemos naturalizado. Entonces
apelar a la defensa de la unidad e integridad familiar es una falacia completa
porque como vimos, muy brevemente, esta integridad ya se encuentra dañada y el
único fundamento para su mantención es esa doble moral y un discurso muy
enajenado y lejos de la realidad. Por tanto, es tiempo de replantear las
estructuras familiares y los fundamentos sobre los cuales ha sido construida y
modificada a lo largo del tiempo. Es cierto que la familia es un punto de
partida para ir estructurando a cierto tipo de sociedad por lo cual ésta será
el reflejo y resultado que se tenga en espacio doméstico, desde donde parten
las relaciones desiguales mediante la distribución de labores dentro de casa.
Entonces las relaciones entre espacio privado y público son inmediatas y
consecuentes por lo cual la incidencia en los doméstico será primordial para
tener cambios significativos en lo público. Por otra parte, las nuevas
generaciones y un trabajo comprometido, mediante la educación, con el cambio de
imaginarios vinculados a los roles de género son el punto de partida para logra
tener cambios en un mediano y largo plazo; aquí deberemos intervenir en todos
los espacios y en colaboración para deconstruir estas relaciones donde se
minimiza lo femenino de forma simplona de hecho.