lunes, 27 de junio de 2016

DEFENDER LA FAMILIA

La familia es considerada como la institución central de la sociedad o el núcleo de la misma a partir de la cual se estructura y genera relaciones de mayor complejidad, a decir de la sociedad. A partir de esta premisa, es necesario y urgente establecer algunos criterios a cerca de la realidad de las familias, en un contexto nacional o local, de la cual somos testigos y cómplices de muchas situaciones problemáticas. Entonces, una primera consideración está referida a la integridad de la familia como motivación para defender, a ultranza, la mantención de la unidad de esta institución. Como respuesta inmediata vamos a constatar que esto es una falsedad ya que por muchos siglos la lógica bajo la que se estableció la familia ha sido verticalista y autoritaria dentro de la cual se generan desigualdades entre hombres y mujeres como miembros de la misma, enmarcados en un sistema patriarcal y prácticas machistas. Por tanto, el hogar como lugar de reproducción familiar se convierte en el espacio doméstico el cual se mantiene ajeno a la situación pública en vinculación con el interés o bien público, al cual debe responder el Estado y otras instituciones relacionadas a lo público.

Un segundo aspecto está vinculado al muy añorado modelo de familia nuclear, también conocido como familia normal, del cual estamos tan alejados en realidad y más bien vivimos dentro de diferentes tipos de familias que complejizan esta perspectiva y lógica de lo que es una familia. Entonces, la mencionada familia nuclear ha sido afectada por una serie de situaciones problemáticas dentro de las cuales está el ejercicio de violencia, principalmente de hombres hacia mujeres y hacia niños y niñas, dentro de esta lógica desigual como una relación de poder. Entonces, debemos reconocer que en muchos de los casos, si no todos, la unidad familiar ha sido conservada bajo las secuelas de estas relaciones violentas que deben ser ocultadas por el qué dirán y la presión social ejercida por una estructura patriarcal cómplice de estos modelos familiares a lo largo de la historia. Así, cuando se apela a la liberación mediante un proceso de separación y/o divorcio, el aparato doble-moralista de la sociedad se encarga del hostigamiento, sobre todo, a las mujeres que deciden alejarse de estas condiciones de vida para buscar una mejor perspectiva para los hijos e hijas.


Es aquí, donde ingresan agentes institucionales como ser las iglesias que pretenden seguir conteniendo las relaciones conflictivas y violentas, además de otras consecuencias de la doble moral a la que nos hemos acostumbrado y, hasta, hemos naturalizado. Entonces apelar a la defensa de la unidad e integridad familiar es una falacia completa porque como vimos, muy brevemente, esta integridad ya se encuentra dañada y el único fundamento para su mantención es esa doble moral y un discurso muy enajenado y lejos de la realidad. Por tanto, es tiempo de replantear las estructuras familiares y los fundamentos sobre los cuales ha sido construida y modificada a lo largo del tiempo. Es cierto que la familia es un punto de partida para ir estructurando a cierto tipo de sociedad por lo cual ésta será el reflejo y resultado que se tenga en espacio doméstico, desde donde parten las relaciones desiguales mediante la distribución de labores dentro de casa. Entonces las relaciones entre espacio privado y público son inmediatas y consecuentes por lo cual la incidencia en los doméstico será primordial para tener cambios significativos en lo público. Por otra parte, las nuevas generaciones y un trabajo comprometido, mediante la educación, con el cambio de imaginarios vinculados a los roles de género son el punto de partida para logra tener cambios en un mediano y largo plazo; aquí deberemos intervenir en todos los espacios y en colaboración para deconstruir estas relaciones donde se minimiza lo femenino de forma simplona de hecho.

No hay comentarios: