El 21 de septiembre ha sido cargado de muchas
significantes, en la mayoría de los casos vinculados al mercado y con el
objetivo de generar un mayor consumismo en la población. No obstante, nos
circunscribimos al relacionado con el equinoccio de primavera como un hecho
cósmico y, cuasi, natural que nos involucra a todos y todas (donde además el
día y la noche duran igual tiempo). En este sentido, desde perspectivas de la
cosmovisión de nuestros pueblos, ubicados en el hemisferio sur, vamos
ingresando en la temporada fértil o húmeda de la naturaleza donde la tierra
comienza a producir y brindar sus frutos para disfrute y aprovechamiento de las
personas, que en muchos de los casos ha devenido en sobreexplotación de estos
productos junto a la consecuente crisis alimentaria, entre varios otros
problemas ambientales.
En este marco general, recordamos la llegada del
tiempo húmedo en los Chichas como un periodo en el cual solíamos redescubrir la
gran variedad de regalos que nos entregaba la naturaleza. Un primer anuncio,
muy visual, era poder observar el verdor y la diversidad de colores en los
diferentes espacios naturales que teníamos para disfrutar como un derecho
irrenunciable y muy presente. Así, era testigo de un árbol muy particular donde
las flores anunciaban una futura producción de damascos en cuantía que servía
como reserva del tiempo seco, hasta un retorno primaveral. Posteriormente, se
percibía el aroma a humedad como anuncio de las lluvias que iban cargadas de
una fragancia muy particular al juntarse con la tierra en una mezcla inefable. Entonces,
el despertar muy temprano, casi junto a la salida del sol, y observar en un día
muy específico esos indicadores naturales denotaba la llegada del tiempo cálido
en la tierra colorada con una serie de productos de temporada para deleitarse
en este ciclo. De esta manera, progresivamente teníamos la diversidad de frutas
provenientes desde las comunidades vallunas de la región y de las vecinas;
asimismo, el tan esperado choclo comenzaba a asomar en las ferias y mercados,
para que en su mejor momento pueda ser procesado y convertido en humita como un
manjar de temporada, acompañada de la infaltable chicha.
El tiempo pasa y algunas cosas van cambiando; donde una
de las que se percibe casi inmediatamente es el crecimiento urbano y muy poco planificado,
lo que implica la pérdida de espacios verdes y de recreación como Chajrahuasi
donde íbamos muy temprano a practicar deportes y otros juegos en grupos de
amistad o familiares, consolidando el espacio de encuentro ineludible. A raíz
de todos los cambios climáticos, inmediatos a nuestro contexto, también se
percibe que los productos van mermando poco a poco lo que va cuartando nuestra
posibilidad de un disfrute pleno de la gran producción de los Chichas en cuanto
a alimentos. No obstante, pese a esta situación, en este tiempo primaveral y de
verano se produce un fenómeno social muy particular donde se generan procesos
de reencuentro entre familias en varios niveles de la comunidad. Así se observa
un considerable movimiento poblacional de retorno hacia las tierras chicheñas,
en el sentido del arraigo y la necesidad de poder respirar los aires frescos de
la tierra colorada y recargar energías para todo el año venidero. En este
sentido, la llegada del tiempo húmedo y la calidez de nuestra tierra ha sido
inspiradora de un sinfín de creaciones literarias, románticas y, hasta, líricas
en torno a una añoranza permanente hacia la tierra de origen con todas esas
particularidades que construyen nuestra identidad y permanecen, siempre,
presentes en manifestaciones culturales, íntimamente articuladas a lo
gastronómico. Esta vez nos ubicamos desde esa posición romántica que nos
permita mantener el vínculo y compromiso con la tierra chicheña, partiendo de
mucha subjetividad hasta concretar proyecciones y propuestas tangibles
enmarcadas en el desarrollo de nuestra milenaria Nación Chichas.