Antes
que nada, debo reconocer, más que antes con cierto beneplácito, que nunca he
ido al fastuoso Carnaval de Oruro. Principalmente, por muchos de los elementos
que han estado presentes en esta entrada folklórica y que ahora cobran, aun
mayor, vigencia luego de los hechos ocurridos a raíz de la publicación de una
expresión y manifestación artística, artística en el mejor de los sentidos
apelando al argumento liberador y libertario de su contenido que interpeló, una
vez más, a un sistema oscurantista, retrógrada y anquilosado, fundado en el
machismo y el patriarcado de gran parte de nuestra sociedad.
En los últimos
días la coyuntura dictaminó que la atención sea direccionada hacia el lado
oscuro de nuestra realidad, acostumbrada, hace mucho, a normalizar los hechos
de violencia con especial énfasis la violencia contra las mujeres. En este
sentido, esta vez le tocó la hora a la cultura, o a más bien a quienes
pretenden adjudicarse la propiedad sobre dicha cualidad humana y patrimonio
colectivo. De esta manera, se presentó una asociación extraña y perversa entre
cultura, religión y Estado contra la libertad de expresión desde el arte y el cuestionamiento
a una sociedad socavada y enlodada en matrices machistas y patriarcales que se
atreven a embanderar a la moral y las buenas costumbres.
Para fines de
análisis vamos a circunscribir a la cultura en un aspecto dentro del folklore,
pero folklore a la boliviana. Bajo este lineamiento del folklore se ha ido
generando una especie de “subcultura” que evoca y se embandera de “nuestras”
costumbre y tradiciones saliendo a la palestra cada vez que se presentan
amenazas al folklore boliviano, incluso regionalmente dentro de nuestro propio
territorio, de manera exacerbada y reaccionaria ante esta injuria y atentado
contra “lo nuestro”. Definiendo de esta manera el sentimiento patriotero, y
algo chauvinista, de un servicio a la patria que recae sobre estos sectores
como dictamen natural. Entre medio de todas estas expresiones de civismo y
patrioterismo, asaltadas desde la cultura, se presentan otros bemoles del
folklore en el país, donde una vez más los discursos efusivos de la doble
moral, como en mucho otros espacios, salen a la palestra evocando este tipo de
defensas acérrimas que justifican un sinfín de afectaciones a la sociedad, a
quien dicen representar. Como una muestra podemos hablar de la violencia
simbólica que se maneja bajo el manto de cultura y folklore, expresando
abiertamente el beneplácito de ser parte de esas escenas sui géneri en una cadena ininterrumpida de festividades asociadas,
a nombre de sincretismo, con el calendario religioso y atisbos del ciclo
agrícola en una mezcolanza sobrecargada donde los sinsentidos son punta de
lanza. Bajo esta búsqueda de ampliar los argumentos, algunos rebuscan
explicaciones para dar rienda suelta a todos los instintos, incluidos los más bajos,
para continuar en esta hecatombe de excesos con sus incontenibles
consecuencias, individuales y, sobre todo colectivas.
De manera
impensable ingresa la religión que tiene papeles cruciales en las principales
entradas folkloricas del país adjudicando a personajes religiosos la
responsabilidad de estos simples mortales, que se entregan,
contradictoriamente, a otros dioses como Baco
o Baal bajo el sentido hedonista
libre de culpas, mientras que las otras imágenes religiosas deben avalar este
tipo de actitudes y eventos, e incluso cargar con las nefastas consecuencias luego
de los bacanales desbordados. Dentro de la institucionalidad religiosa, se
presentan, también, diversas posturas sobre este tipo de “manifestaciones
culturales” vislumbrándose voces displicentes y otras con algo más de sentido
crítico frente a esta incongruencia de sentidos en la que vamos inmersos
cotidianamente. De esta manera, nuestras sociedades han encontrado una
justificación válida y consensuada para seguir ampliando las fechas festivas
del país, donde las diferencias entre regiones son solo de forma y no de fondo.
Pese a todo ello, a cada cosa por su nombre, entre lo más oscuro de la
argumentación se presenta esta asociación, obviamente forzada, que se hace
entre cultura y religión.
En este
panorama, para el caso específico que nos tocó en esta ocasión, el Estado, o
más bien algunos representantes del mismo, salen a la luz con expresiones
desatinadas que incluso vulneran a la normativa nacional en un desconocimiento
de la realidad del Estado laico que impera en territorio nacional desde la aprobación
de la Constitución Política del Estado Plurinacional el año 2009.Así, la miopía
supera normativas y criterios con algún sentido, sumando voces oficiales a la
sinrazón de amenazas de posibles demandas, con la vocería, increíble, de
(i)responsables de cultura en instituciones estatales subnacionales a las que
se aumenta la kumunta de folkloristas, junto a todo el gorilismo de grupos,
lamentablemente, organizados e individuos que confunden la libertad de
expresión con la potestad de ejercer todos los tipos de violencia sin la
capacidad de debatir ideas en vez de confrontar personas, de las maneras más nefastas
fortaleciendo a la sociedad del miedo, donde ahora nuestra propia comunidad
amenaza la seguridad y tranquilidad.
En este marco,
es seguro que la generalidad del pueblo orureño no se encuentra dentro de todas
las consideraciones antes mencionadas; pero resulta lamentable que casos
aislados envenenen, o por lo menos pretendan hacerlo, desde los espacios a su
disposición como las redes sociales donde ya se ha juzgado y condenado a quien
hozó atentar contra las buenas costumbres y la moral, en una sociedad de la
doble moral, que ha generado este tipo de complejos vericuetos para construir
lógicas de censura que acusan la irreverencia del arte y aplauden la
cosificación y la misoginia de manera permanente en todos los espacios. Lo
ocurrido en Oruro, ahora reconvertida en la Villa de San Felipe de Austria,
trajo consigo varias consecuencias y efectos que nos quedan como, vergonzosos,
aprendizajes entre los que podemos mencionar. Primero, las contradicciones
desatadas han servido como pretexto para sacar de la penumbra a toda esa
realidad que se encubre a nombre de cultura, folklore, costumbres y
tradiciones. Todas estas que han naturalizado la recurrencia del calendario
festivo ingresando en la sinrazón seudoculturalista que ha perdido el sentido,
los orígenes y las raíces de tanto acerbo existente en nuestro país y la
región. Entonces ha llegado la hora de debatir, en el mejor de los sentidos y
de manera frontal, todas estas manifestaciones y criterios que han exacerbado el
diálogo entre connacionales. Es tiempo de conversar, analizar y reflexionar en
torno a lo que entendemos por cultura, por folklore y todas sus ramas anexas,
en un país que presenta en un sitial fundamental esta riqueza inmaterial,
construida con el tiempo en medio de debates identitarios y de
representatividad de cada espacio, cada nación, o territorio.
Segundo, una
consecuencia necesaria y urgente ha sido el refugio de la Virgen de la Candelaria
en la Virgen de los Deseos, para realizar un mural con la idea planteada por
nuestra compañera y hermana “Imilla Cunumi Birlocha” reivindicando a la mujer
en este adverso medio, de machotes sueltos avalados por todo un sistema y una
estructura, con complicidad de otros hombres y mujeres que no logran zafar de las
prácticas machistas entroncadas en nuestra realidad. Seguramente, la patrona de
Oruro se vio obligada a escapar de este escenario que pretende sobrecargarla
con responsabilidades que no le competen, adjudicándole consecuencias de este
tipo de excesos que, como buena “madre tradicional y abnegada” debe aguantar
sin ningún derecho a disentir o reclamar, ya que puede ser sujeta de la sanción
y persecución, en medio de las inquisiciones del siglo XXI que viven las
mujeres día a día.
En todo caso NO
PASARÁN!!!