Ya es parte de la “costumbre” que,
por ejemplo, al asistir a una fiesta de cumpleaño de niñas y niños vamos
reproduciendo nuestras lógicas de género con ese gran sesgo machista, donde
comenzamos a incrementar el círculo de asignación de espacios o roles a mujeres
y hombres. De esta manera asociamos desde “simples” colores, como el celeste o
rosado, dependiendo el sexo de la persona a la cual vamos a hacer el presente;
donde el tipo de juguetes, si es el caso, como ser autos, pelotas, armas,
soldaditos y otros frente a las muñecas, cocinas, ollitas entre varios otros
siguen reforzando los patrones socioculturales enmarcados en los roles de género
cuasi naturalizados. Así, vamos replicando estas subjetividades e imaginarios
aprendidos desde muy temprano, siendo afectados también por lógicas machistas
de las y los adultos cuando éramos aún muy pequeños, denotando esta
reproducción constante de lo que concierne a la problemática del género y las
desigualdades entre mujeres y hombres.
Con este simple ejemplo, dentro
de la institución familiar, comienza un ciclo de complicidad donde se encuentran
la escuela, la iglesia, el Estado y todo el sistema institucional encasillado dentro
del patriarcado que favorece a los hombres en, casi, todos los sentidos.
Producto de estas situaciones emergen las masculinidades que explican uno de
los factores más importantes para que existan, actualmente, un tipo de hombres
marcados por la violencia y, por tanto, que ejercen esa violencia contra las
mujeres, niñas, niños y adolescentes, principalmente; constituyendo al hombre
adulto como centro de la sociedad y todas sus implicancias. Por tanto, se
presentan una serie de factores con los cuales se va estructurando el ser
hombres y los roles que se les asigna junto a espacios y subjetividades. Dentro
de esta situación, desde muy temprana edad quedamos absueltos del espacio
doméstico y las labores del hogar, reducidos a la condición de proveedores y
generadores de los ingresos familiares que nos liberan de otro tipo de
responsabilidades (domésticas) a la espera de ser servidos por las mujeres.
Asimismo, encontramos al ejercicio de la violencia contra las mujeres que es
asumido como otra característica del ser hombre, asumido, incluso, como una
virtud y generador de estatus en el mundo machista.
Junto a las maneras en que vamos
construyendo las masculinidades, se presenta el ejercicio de la paternidad que,
nuevamente, se reduce a la capacidad de proveer los ingresos económicos
familiares que garanticen las condiciones de sus miembros. Sin embargo, este
tipo de aspectos generan a su vez dependencias económicas que devienen en
violencia económica y patrimonial sumada a las otras, incrementando la
complejidad de la problemática de violencia dentro de la familia. En este
sentido, como una respuesta se viene
planteando las nuevas masculinidades y la paternidad activa que permita
dar un giro a las condiciones en las cuales vamos interactuando los hombres en
los diferentes roles que debemos cumplir. Entonces, nuevamente debemos pasar a
niveles de reflexión que nos permitan comprender y deconstruir las formas
tradicionales del ser hombre y la manera en que ejercemos la paternidad recuperando
los sentimientos que nos enseñaron a reprimir u ocultar, siendo incapaces de
demostrar lo que sentimos para evitar ser “débiles” (como las mujeres) ante la
sociedad. En fin queda mucho por trabajar y seguir deconstruyendo o
replanteando para que todas estas problemáticas sociales vinculadas al género y
las desigualdades sean erradicadas mediante un trabajo permanente de
autoobservación e introspección. Asimismo, se busca un cambio progresivo en la
sociedad cada vez más igualitaria y libre de violencia en un mediano y largo
plazo, donde las nuevas generaciones sean factores fundantes de estos cambios,
paralelamente a nuestras acciones en el día a día de lucha contra la violencia
hacia las mujeres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario