En un ejercicio, que podría ser
mecánico y repetitivo, llega el mes de diciembre como la oportunidad de
evaluación en todos los niveles y sentidos. Así, desde la perspectiva
individual, personalista, podemos romper lógicas egoístas para ampliar nuestras
visiones de la vida, nuestra vida entre otras, y el devenir de nuestra
comunidad aportando sentido crítico a la banalidad que puede ser recurrente en
una mayoría de existencias. Aquí corresponde, entonces, aplicar el sentido
crítico para superar los, más graves, centrismos en los cuales estamos inmersos
y perdidos en las creencias doble moralistas e inmediatistas que permiten
discriminar y odiar en un momento y al instante expresar sentimientos de amor y
fraternidad, todo ello al compás de lo que marca el calendario, o peor aún el
mercado. Así, se definen tiempos de cierre, enmarcados en el calendario
gregoriano, donde hemos normalizado, y trivializado, la fiesta navideña más
cerca del consumismo que de la espiritualidad y hermandad que, seguramente,
demarcó sus orígenes con el nacimiento (desde el enfoque cristiano) de una gran
revolucionario que cuestionó al sistema de entonces y pagó por ello, dejando de
lado todo el simbolismo que conlleva esta festividad esotérica, que obviamente
casi en su totalidad ignoramos o pasamos de largo para regodearnos en las
superficialidades del capital, ya sea para maquillar la felicidad o sufrir las
desigualdades, este tiempo más que nunca.
Sin embargo, este ciclo se cierra con
hechos más complejos que unas “simples” celebraciones de fin de año donde
solemos priorizar el egocentrismo, que alcanza a la familia como máximo, todo
ello enmarcado en la lógica capitalista que prioriza al ego en el centro del
mundo. El 2019 ha significado el fin de un ciclo de más de una década donde, al
parecer, nos habíamos “acostumbrado” a una especie de statu quo a nivel social, político y económico. Esta etapa comenzó
con una crisis estructuras en los años 2000, ante una serie de demandas
históricas que no habían sido escuchadas, teniendo al sujeto histórico presente
como vanguardia de la lucha por las reivindicaciones a nivel nacional. Así,
estas demandas se transformaron en una serie de avances, ya sean políticos y
económicos promovidos desde el Estado mediante normativa, institucionalidad y
políticas públicas, entre otros. Pero más allá de lo realizado desde el nivel
estatal, en sus distintos gobiernos, es importante analizar el alcance social
de este tiempo, en el cual se logró visibilizar problemáticas que se
arrastraban desde tiempos de la colonia sin tener una salida efectiva. Entonces
es fundamental realizar la evaluación del nivel colectivo, mejor comunitario,
respecto de cómo las personas aportan a los avances de nuestras sociedad y
grupos para poder vivir con mayor equidad e igualdad; aquí la contraparte y
corresponsabilidad de los logros sociales que, seguramente, todas y todos
buscamos. Así, en más de una década ocurrieron muchas cosas (porque no todo es
política) en nuestras vidas y en los cambios generacionales o tecnológicos,
para citar solo algunos; los cuales fueron definiendo nuestro día a día y
nuestras formas de convivir en las diversas comunidades que solemos conformar.
Así para lograr una evaluación de ciclo deberemos tomar en cuenta la memoria
histórica para dar algún sentido a nuestra actualidad, rompiendo la toxicidad
del inmediatismo efímero.
Diciembre de 2019, representa el
cierre de estos ciclos (etapas también), en los aprestos de una nueva gestión
con varios retos personales, colectivos y sociales; los cuales deberemos saber
articular en concordancia con brindar alguna coherencia a la vida misma. Este
cierre de año llega con familiares ausentes, eventual o permanentemente, lo
cual opaca el brillo de este tiempo, que solemos buscar como parte del
maquillaje del egoísmo generalizado y constante en gran parte de la gente. El
tiempo no se detiene y muy pronto olvidaremos por completo las ausencias junto
a los sentimientos de “solidaridad”, “fe” y “amor” para retornar a la frialdad
de las desigualdades del capitalismo, que nos alejan más de la humanidad como
una gran comunidad. Igualmente retornaremos a la doble moral de
instrumentalizar la religión para objetivos avalar desigualdades, violencias,
discriminación como si todo ella fuera un mandato de dios o del maestro que,
otra vez, nacerá simbólicamente en navidad. Sin embargo, junto al cierre de
este ciclo se abre otro que representará oportunidades y nuevos senderos para
seguir avanzando y luchando por objetivos comunes, en el mejor de los casos
buscando el bien común y reconstruyendo el urgente sentido de comunidad como un
paradigma de vida.