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Foto: Internet. |
El pasado diciembre, en China, y el mundo, se inquietaban por un virus que todavía no se sabía de qué trataba. Mientras tanto, en Bolivia todavía nos encontrábamos en el intento de superar el difícil momento de los precedentes meses con la crisis sociopolítica desatada entre octubre y noviembre, principalmente. Así con el estilo y características de nuestra población, vamos moviéndonos al ritmo y mandato de las fechas y calendarios cívico-festivos para, en un momento sentirnos demócratas, chauvinistas, patrioteros o, en otro, dadivosos y hermanados. Asimismo construimos y desmontamos enemigos imaginados o impuestos desde las doctrinas internas y externas, dependiendo de las circunstancias y los intereses que se juegan en un momento determinado por los hilos que manejan marionetas. Así, llegó, como una noticia más, la alerta por el coronavirus (COVID-19) desde Wuhan en uno de los tigres del desarrollo asiático, pero por acá teníamos otros asuntos en que pensar y prestar mayor atención; claro eran las fiestas de fin de año, tiempo para regodearnos de nuestros más profundos sentimientos y actitudes mercantilistas y restregar en la cara del resto las desigualdades que existen en nuestros pueblos.
Entre fiesta y
bacanal, pasamos por navidad y año nuevo, donde alzamos la bandera de paz,
amor, reconciliación y demás, cumpliendo con el ciclo y tiempo del perdón, como
descargo de todo el egoísmo ejercido durante el año, que seguramente nos lava
la cara en este tiempo contradictorio con lo establecido por el mercado y el
sistema capitalista. Todavía obnubilados por las luces navideñas, que
magistralmente se ocuparon de ocultar la pobreza y desigualdades entre
paisanos, rápidamente nos aprestamos a las carnestolendas quitándonos la
máscara de las natividades para introducirnos en los más básicos instintos,
emociones y acciones de la carne (carnaval es carne a Baal, dirían algunas
iglesias). Junto a todo este periodo también comenzamos con la etapa del
carnaval electorero, con una serie de personajes que comienzan a disfrazarse de
los que, sinceramente, odian porque es tiempo de sumar con el maquiavélico
mandato de que el fin justifica los
medios, que también hicieron lo suyo dedicándose en pleno a la campaña,
pero no la de prevención, sino la electoral. En este tiempo, la amenaza, y los
datos, del novel virus se acercaba a nuestro territorio hasta, en el sentido
estricto de la palabra, rodearnos con su presencia en todos los países vecinos;
pero por acá eran tiempos de darle rienda suelta al hedonismo y desmanes, como
solemos hacer, no solo en carnaval sino en todo nuestro agosto.
Habiendo
reaccionado de las resacas del sistema y del calendario, nos sorprenden con la
noticia de que en nuestro país se confirmaron 2 casos del coronavirus (San
Carlos y Oruro), después de varios sustos con casos posibles, los que llegaron
desde Italia en la fase 2 del ciclo de la epidemia para Bolivia. Con esta
novedad y, menuda, sorpresa empezamos a reaccionar muy basados en la ignorancia
respecto de los protocolos y procedimientos sobre el recién llegado desde
Europa haciendo lo que haríamos, seguramente, en un estado de naturaleza
arcaico: matar o morir. La mayoría se lanza hacia los centros de abastecimiento
para acopiar todo lo que pueda y en base a sus posibilidades, amén de las y los
que tienen menos recursos, para cargar todo lo posible en lo que se pueda,
algunos en sus camionetas y que el resto vea lo que hace. Por su parte, en el
lugar de residencia de una de las pacientes, adultas mayores ambas, se ocuparon
además de hostigar, amenazar y perseguir a dicha persona y su familia, llegando
incluso a bloquear y cerrar el paso a los hospitales; sin duda una nueva
expresión del amplio y profundo sentimiento democrático que mostraron el pasado
año. Este ejercicio fue replicado en varias ciudades donde, ya sin importar
posiciones políticas, la gente se fue a cerrar los accesos a hospitales para
que no lleguen ahí pacientes con “la peste”, ¿acaso será la lucha de bueno
contra malos?
Con todo ello, parece que hemos retrocedido a esos
tiempos donde la naturaleza era mayor a la razón, o tal vez a tiempos del
oscurantismo religioso que apela a dios facultades que deberíamos, también,
responder desde la ciencia. Entre otras peleas se empezaron a dar los cruces
entre ciencia y religión, sin quedar exenta la búsqueda de réditos político
electorales, porque no podemos olvidar que pronto tendremos elecciones. Con
todo ello, nos encontramos en un panorama por demás sugerente digno de un
complejo estudio psicosocial que nos explique por qué hemos retrocedido, otra
vez, a esos tiempos de supervivencia básica acrecentada, esta vez, por el
capitalismo, mercantilismo y demás aberraciones del siglo XXI que van ampliando
las brechas de desigualdad. Así, no faltarán quienes sientan algunas
contradicciones por encontrase viviendo líneas leídas en sagas novelescas como
“Ensayo sobre la ceguera” (Saramago) y “La Peste” (Camus), o tal vez vistas en
películas tan absurdas como las de zombies y apocalipsis de los futuros
distópicos. Sin duda estamos viviendo, y reafirmando, que la peste se encuentra
en nuestros pensamientos e imaginarios, calados por los intereses personales y
egoísmos más rancios que se manifiestan de acuerdo a las condiciones y
realidades absurdas de existencias execrables y sinsentido en las cuales nos
revolcamos cada día.