Bolivia recibió el año 2020 con un
promedio de 1 feminicidio por día, más exactamente 12 casos en 10 días y se
incrementa jornada tras jornada. Una cifra alarmante para la gestión que empieza
y que debe ser la llamada de atención para que, de una vez, comencemos a tomar
acciones desde todo los espacios. En este sentido, la Encuesta de Prevalencia y
Características de la Violencia contra las Mujeres (VcM) del Instituto Nacional
de Estadística (INE) 2016, ha mostrado un dato llamativo donde el 75% de
mujeres sufren o han sufrido algún tipo de violencia (de los 16 tipificados en
la Ley N° 348); en otras palabras casi 8 de cada 10 mujeres. A partir de este
dato podemos hacer un ejercicio sugerente que devela una serie de aspectos de
nuestra sociedad; si 8 de cada 10 mujeres han sido afectadas por un hecho de
violencia, podemos suponer que 8 de cada 10 hombres ha ejercido uno de los
tipos de VcM.
Entonces los hombres, el 49,3% en
Bolivia según datos del Censo 2012, es un potencial agresor. Ahí vamos
identificando la forma en la cual nos hemos convertido en una sociedad
violenta, amparada, en muchos casos, por la cultura y la normalización de la
vida, donde el observar un hecho de VcM no nos llama la atención, apelando
incluso a lo privado o, incluso, a costumbres y tradiciones. De esta manera los
hombres nos constituimos en el centro del ciclo de violencia, heredando la
etiqueta de agresor que nos persigue durante, casi, toda la vida y nos carga
como una mochila que ni siquiera logramos ver o comprender. En este ciclo nos
vamos introduciendo desde temprana edad con elementos sutiles como los roles y
mandatos de género, los cuales reprimen nuestros sentimientos y asumen la
violencia como una relación normal. Con el paso del tiempo la consolidación de
estas subjetividades son reproducidas en relaciones de pareja, donde la
problemática se agudiza ya que hemos creído (nos hicieron creer), siempre, que
las mujeres son inferiores, son objetos y demás.
A estas alturas el ejercicio
cotidiano de violencias es mayor el cual se va agravando, comenzando de la
encubierta, simbólica, psicológica, física en un entramado “incontrolable” que
deviene, incluso en feminicidio; donde las mujeres no se mueren sino que las
matamos. Si no tomamos medidas urgentes, esta situación puede continuar o
empeorar; sobre todo si los hombres no asumimos acciones. Y es que el
feminismo, junto al decurso de la historia y nuestra propia incapacidad, nos ha
dejado aletargados en esta lucha teniendo, por un lado, procesos de
empoderamiento de las compañeras en todos los ámbitos y, contrariamente, ha
constituido a los hombres como una de las principales trabas en ese
empoderamiento.
En Bolivia somos minoría poblacional,
similar al resto de países en el mundo, sin embargo el sistema patriarcal y las
prácticas machistas han hecho que actuemos siempre en detrimento de las
mujeres, de una y otra manera; desde los micromachismos hasta los peores actos
de violencia que se puedan conocer. Entonces, es tiempo de comenzar a
cuestionarnos respecto de la masculinidad tradicional en la cual estamos
inmersos sin un mínimo de sentido crítico, lo cual bajo ningún sentido nos
quita responsabilidad de nuestro accionar violento o machista. Consecuentemente,
desde los diferentes roles que tenemos como hombres deberemos interpelar al
machismo, ya sea como hijos, padres, hermanos, pareja y, cómo no, seres
humanos.
La auto-interpelación de la
masculinidad tradicional, machista y violenta debe ser el punto de partida para
la construcción de sociedades libres de VcM. Los hombres tenemos en las manos
una gran responsabilidad para hacernos parte de las luchas históricas por
equidad e igualdad, cuestionando desde nuestros espacios y nuestros entornos.
Es tiempo de dejar de ser cómplices de prácticas machistas en las manadas de
hombres (incluidas los virtuales del último tiempo) que se constituyen en
espacios abiertamente violentos y que están afectando los derechos más básicos,
principalmente de las mujeres. Es tiempo de cortar la reproducción de la
violencia en ámbitos privados y públicos, y principalmente dejar de ubicarnos
al centro del ciclo de la violencia porque la etiqueta de agresor en una mancha
que está afectando hoy y a las próximas generaciones. Dejemos de creernos una
historia mal contada porque no somos príncipes valientes, indestructibles e
insensibles que rescatamos mujeres desvalidas y dependientes; somos
corresponsables de construir sociedades en equidad, igualdad y libres de
violencia; ya es tiempo…
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