domingo, 8 de marzo de 2020

49,3 POR CIENTO


Bolivia recibió el año 2020 con un promedio de 1 feminicidio por día, más exactamente 12 casos en 10 días y se incrementa jornada tras jornada. Una cifra alarmante para la gestión que empieza y que debe ser la llamada de atención para que, de una vez, comencemos a tomar acciones desde todo los espacios. En este sentido, la Encuesta de Prevalencia y Características de la Violencia contra las Mujeres (VcM) del Instituto Nacional de Estadística (INE) 2016, ha mostrado un dato llamativo donde el 75% de mujeres sufren o han sufrido algún tipo de violencia (de los 16 tipificados en la Ley N° 348); en otras palabras casi 8 de cada 10 mujeres. A partir de este dato podemos hacer un ejercicio sugerente que devela una serie de aspectos de nuestra sociedad; si 8 de cada 10 mujeres han sido afectadas por un hecho de violencia, podemos suponer que 8 de cada 10 hombres ha ejercido uno de los tipos de VcM.

Entonces los hombres, el 49,3% en Bolivia según datos del Censo 2012, es un potencial agresor. Ahí vamos identificando la forma en la cual nos hemos convertido en una sociedad violenta, amparada, en muchos casos, por la cultura y la normalización de la vida, donde el observar un hecho de VcM no nos llama la atención, apelando incluso a lo privado o, incluso, a costumbres y tradiciones. De esta manera los hombres nos constituimos en el centro del ciclo de violencia, heredando la etiqueta de agresor que nos persigue durante, casi, toda la vida y nos carga como una mochila que ni siquiera logramos ver o comprender. En este ciclo nos vamos introduciendo desde temprana edad con elementos sutiles como los roles y mandatos de género, los cuales reprimen nuestros sentimientos y asumen la violencia como una relación normal. Con el paso del tiempo la consolidación de estas subjetividades son reproducidas en relaciones de pareja, donde la problemática se agudiza ya que hemos creído (nos hicieron creer), siempre, que las mujeres son inferiores, son objetos y demás.

A estas alturas el ejercicio cotidiano de violencias es mayor el cual se va agravando, comenzando de la encubierta, simbólica, psicológica, física en un entramado “incontrolable” que deviene, incluso en feminicidio; donde las mujeres no se mueren sino que las matamos. Si no tomamos medidas urgentes, esta situación puede continuar o empeorar; sobre todo si los hombres no asumimos acciones. Y es que el feminismo, junto al decurso de la historia y nuestra propia incapacidad, nos ha dejado aletargados en esta lucha teniendo, por un lado, procesos de empoderamiento de las compañeras en todos los ámbitos y, contrariamente, ha constituido a los hombres como una de las principales trabas en ese empoderamiento.

En Bolivia somos minoría poblacional, similar al resto de países en el mundo, sin embargo el sistema patriarcal y las prácticas machistas han hecho que actuemos siempre en detrimento de las mujeres, de una y otra manera; desde los micromachismos hasta los peores actos de violencia que se puedan conocer. Entonces, es tiempo de comenzar a cuestionarnos respecto de la masculinidad tradicional en la cual estamos inmersos sin un mínimo de sentido crítico, lo cual bajo ningún sentido nos quita responsabilidad de nuestro accionar violento o machista. Consecuentemente, desde los diferentes roles que tenemos como hombres deberemos interpelar al machismo, ya sea como hijos, padres, hermanos, pareja y, cómo no, seres humanos.

La auto-interpelación de la masculinidad tradicional, machista y violenta debe ser el punto de partida para la construcción de sociedades libres de VcM. Los hombres tenemos en las manos una gran responsabilidad para hacernos parte de las luchas históricas por equidad e igualdad, cuestionando desde nuestros espacios y nuestros entornos. Es tiempo de dejar de ser cómplices de prácticas machistas en las manadas de hombres (incluidas los virtuales del último tiempo) que se constituyen en espacios abiertamente violentos y que están afectando los derechos más básicos, principalmente de las mujeres. Es tiempo de cortar la reproducción de la violencia en ámbitos privados y públicos, y principalmente dejar de ubicarnos al centro del ciclo de la violencia porque la etiqueta de agresor en una mancha que está afectando hoy y a las próximas generaciones. Dejemos de creernos una historia mal contada porque no somos príncipes valientes, indestructibles e insensibles que rescatamos mujeres desvalidas y dependientes; somos corresponsables de construir sociedades en equidad, igualdad y libres de violencia; ya es tiempo…

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