Cual si fueran un complejo objeto de
investigación para las Ciencias Sociales y Humanas, los hombres están ocupando
un sitial interesante en el debate de esta coyuntura sui géneris que se vive en Bolivia y gran parte del mundo, el confinamiento. Nos referimos al
hecho de que los “dueños y patrones” del ámbito público se han visto obligados a
ubicarse en un espacio ajeno en su cotidianidad, el privado-doméstico del cual
siempre se han tratado de desligar, avalados por todo un aparataje patriarcal.
Así, han surgido una serie de espacios de debate, reflexión, conversatorios y
demás, teniendo como centro a los hombres
en cuarentena.
El tiempo de confinamiento en el que
estamos viviendo por más de sesenta días ha visibilizado una serie de aspectos
que siempre estuvieron conviviendo socapados por la normalización de la vida y
de las relaciones, desiguales, de género y que ahora se replantean
sugerentemente. Así retomamos categorías como los roles de género que junto a los mandatos
sociales han hecho que los hombres salgamos bien librados de las
responsabilidades domésticas, de cuidado y reproducción de la vida. No
obstante, como una consecuencia de las construcciones tradicionales y
hegemónicas de la masculinidad, nos vemos limitados de aspectos fundamentales
de esta identidad, es decir del arquetipo de proveedor que se constituye en un
profundo problema para entendernos como hombres en este contexto, lo cual
posiblemente esté agudizando conflictos emocionales y de frustración al no poder
responder según lo demanda la sociedad. A esta situación debemos incluir
elementos de análisis de clase social y otros como la informalidad y subempleo
(que, entre otras cosas, afecta más a las mujeres que a los hombres, apelando a
la frase de que “la pobreza tiene rostro de mujer”).
Sin embargo, no todo es una anécdota
de los malos ratos que pasan los hombres perdidos en el espacio ajeno, y de
paso sin poder regodearse en sus pasiones futboleras, sino que el confinamiento
está siendo el tiempo y espacio para que los índices de violencia ejercida
contra mujeres, niñas y niños,
principalmente, mostrando datos alarmantes. Desde el 17 de marzo, inicio de
cuarentena, fueron reportadas más de 1.300 denuncias por violencia y 44
feminicidios, sin contar los subregistros que no se conocen y que, seguramente,
acrecentarían las alarmantes cifras. Esta situación contradice al planteamiento
de que el hogar es el espacio más seguro para las personas, lo que con los
datos se demuestra que es totalmente falso. Asimismo entra en cuestión la
romantización del tan mentado quédate en
casa ya que vemos que el quedarse en casa es sinónimo de aumentar los
riesgos de sufrir violencia o de convivir con el agresor como una pesadilla
permanente, sin considerar la necesidad de sobrevivir ante la falta de ingresos
o alimentos.
De esta manera, nuestro país ha
ingresado en una profunda crisis, sin siquiera haber superado la vivida a fines
del pasado año, donde se ha puesto en debate los roles que cumplimos los varones
o el aporte real que hacemos dentro del trabajo doméstico y el cuidado, una vez
arrebatado el pretexto machista del ser proveedor como sinónimo de hombre
íntegro y responsable. Durante este tiempo, las familias se han constituido en
los espacios de renegociación de lo cotidiano para poder sobrellevar de mejor
manera el confinamiento, replanteando, desde las casas, la división sexual del
trabajo que parta de lo más simple como cocinar o lavar la ropa. También
estamos ante un escenario que devela las debilidades de la masculinidad tradicional
como el autocuidado y la supervivencia que puesto en perspectiva desmonta al
“sexo fuerte”, desnudando sus más profundos miedos, debilidades e
incapacidades.
El confinamiento va pasando, casi
obligado por el peso de la realidad y enmarcada en desigualdades. Quedarán los
aprendizajes e interpelaciones que nos hicimos desde la masculinidad,
principalmente la vinculada a los roles y mandatos que nos inventaron, donde, según
dicen, los hombres no se ocupan de las labores domésticas o del cuidado,
manteniéndonos en nuestros rancios espacios de privilegio patronal. Sin embargo,
luego de la cuarentena es prudente no volver a la “normalidad”, al menos no a
esa normalidad como la habíamos conocido porque aquella no nos fue muy útil para
deconstruir lo tradicional y, casi, arcaico de las relaciones desiguales de
género sino que, justamente, habían sido el pretexto adecuado para seguir
empantanados en esos privilegios falsamente adquiridos en detrimento de la
mayoría poblacional a la que solemos afectar de diferentes maneras, manteniendo
permanentemente la pandemia de la cuestionable masculinidad hegémonica, y que
por este tiempo estuvo confinada.
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