lunes, 3 de marzo de 2014

FOLKLORE, LA GUERRA SIMBÓLICA

Una vez más la polémica, precedida por el siempre oportuno coyunturalismo, se hace escuchar en los diferentes medios de comunicación, donde se incluyen las redes sociales. Ahora es el turno de lo sucedido en el festival Internacional Viña del Mar, realizado en la vecina República de Chile que ya de por si trae consigo todo el prejuicio y la carga histórica de lo sucedido en la Guerra del Pacífico. Sin embargo, ahora las expresiones de indignación vienen levantadas por una apropiación indebida del patrimonio cultural boliviano que se expresa en manifestaciones folklóricas originadas y creadas en nuestro país, pretendiendo mantener vigente un enfrentamiento imaginario mediante una guerra simbólica. Así, la “Quinta Vergara” fue testigo de dos hechos que llamaron la atención de la población boliviana que vio una manipulación en el uso de diferentes danzas como ser el tinku, caporal, morenada y diablada que se utilizaron para armar la coreografía de canciones de genero reggaetón. Pero para realizar un acercamiento y poder alejarnos de un exceso de chauvinismo debemos hacer mención a algunos elementos que nos permitan entender al folklore en sus diferentes aristas, contextos y formas de entenderse; y a partir de estos elementos hacer una relectura de lo ocurrido en la vecina Chile.

En primera instancia debemos entender al folklore desde su definición conceptual la cual es entendida como la cultura popular sin que esto denote un aspecto de clases sociales sino una creación desde el pueblo en su conjunto, o desde abajo. Así este producto construido socialmente está ligado a las relaciones entre personas y entre pueblos partiendo de un patrón común pero que a su vez nunca es estática sino que varía en diferentes aspectos, importando en última instancia la generación de comunidad. Por otra parte se debe establecer una diferenciación entre el folklore y lo autóctono donde el primero es una construcción inventada o creada en tiempos relativamente contemporáneos a partir de necesidades de un pueblo. Lo autóctono está directamente ligado a una cultura ancestral que ha sido transmitida de generación en generación sobre todo por vía oral y dentro de las costumbres y tradiciones de un pueblo. No obstante, existe una delgada línea que une a ambas ya que el folklore cuenta con una raíz en algún lugar de lo autóctono o lo ancestral para fundamentar esta invención más contemporánea y estilizada a los requerimientos de una sociedad concreta.

Con lo mencionado, no debemos olvidar que lo presentado como coreografía del artista chileno Gepe que estaba compuesto en su totalidad por danzas de origen boliviano contaba con tinkus, caporales, morenada y diablada. Solo como comentario cabe señalar que la danza del tinku ya es de por si una variación exacerbada del ancestral combate del Thinkuy en el norte de Potosí el cual puede ser sujeto de muchas críticas si se profundiza en su nivel de variación y estilización. El caporal es una danza llena de expresiones machistas y elitistas que fue sujeta a estudios sociológicos donde se ahonda en estas características que no están muy lejanas de ser una variación de la saya o tundiqui muy bien acomodada para profundizar en las diferencias sociales con rasgos marcados de colonialismo que utiliza estos mecanismos sutiles para mantenerse en vigencia. La morenada es una danza centralizada en la demostración de ostentación económica que cobra mayor fuerza en sectores sociales mestizos populares, o también conocidos como “cholos”, que tienen como principal base la economía y su capacidad de demostración pública de su tenencia; así el Gran Poder es una muestra clara de este sector que pugna el poder económico con otros grupos, principalmente, de La Paz. La diablada es una creación que nos remonta a una relación con seres del inframundo muy ligados a la minería, como ser el Tío o Supay, a los cuales se rinde pleitesía a cambio de favores en la producción y la economía. Como se observa en todas estas expresiones culturales (que son aún más complejas) existen de trasfondo varios aspectos no siempre positivos para la sociedad, pero las mismas no son puestas en cuestión desde esta perspectiva y simplemente son recurrentes bajo el paraguas del folklore nacional, sin importar sus connotaciones simbólicas. La presencia de estas danzas en Viña del Mar es cuestionada por un tema patrimonial, lo cual no significa que se deba generar una polémica mayor como relacionarla prejuiciosa y sospechosamente con la usurpación marítima de otros tiempos. Está claro que por las vías pertinentes se haga los reclamos necesarios pero esto también debe llevarnos a reflexionar sobre lo que tenemos en la simbología de esas construcciones del folklore nacional las cuales transmitan valores favorables para la sociedad en su conjunto. Por último, se encuentra lo sucedido con Ch’ila Jatun que parecen haber sufrido, nuevamente, una injusticia al perder frente a la representante local; pero ahí van nuevamente las formas de entenderse a la cultura y al folklore desde cada persona que en este caso se trata de Paloma San Basilio de origen español donde el folklore tiene otras aristas y formas por lo cual es un tema extremadamente subjetivo; sin que se deje de lado la posibilidad de una presión ajena desde la organización chilena posiblemente prejuiciosa y elitista presente en todo lugar y momento.

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