lunes, 24 de marzo de 2014

LA DIPLOMACIA DE LOS PUEBLOS

El día 11 de marzo, hace solo algunos días atrás, a la llegada del Presidente Boliviano Evo Morales hasta la República chilena se logró escuchar las aclamaciones de ciudadanos del vecino país que decían “¡mar para Bolivia!” en instantes en que el Ejecutivo boliviano hacía sus declaraciones ante los aprestos de la posesión de la nueva Presidenta Bachelet. En ese marco tan favorecedor para nuestro pedido histórico se fueron desarrollando otros sucesos importantes donde se manifestó de manera abierta y masiva, como años anteriores, el apoyo de organizaciones chilenas en una justa demanda de nuestro país luego de una guerra gestada por interés de pequeños grupos existentes en los albores de la Guerra del Pacífico. Ahora, más de un centenar de años después parece que en Bolivia se ha vuelto una tediosa y mecánica costumbre el desfilar cada 23 de marzo para recordar esta oscura fecha donde nuestro país quedó aislado de un acceso hacia el Océano Pacífico además de todas las riquezas que ahí existían.

            De esta manera, el Canto a Abaroa y la Marcha Naval son los principales himnos que se escuchan de forma romántica y, casi, naturalizada dentro de nuestro calendario anual como si fuera una tradición más que se espere cada gestión. Así, encontramos frases que llegan a pecar de irrisorias cuando se las contextualiza con las personas que desfilan muy alejadas de un verdadero fervor cívico y reivindicativo por retornar algún día a tener un acceso al mar. Así, nos encontramos con estrofas que dicen “Que pronto, tendrá Bolivia otra vez su mar, su mar” en las cuales cabe cuestionar cuantos años, uno tras otro, venimos entonando esta canción que, pasada la fecha aludida, se olvida fácilmente para retomar las actividades cotidianas y esperar la nueva fecha cívica del calendario nacional. Desde esta perspectiva el civismo debería ser replanteado a otras formas de pensamiento enmarcado en un nuevo tiempo que se vive en esta parte del mundo caracterizado por un espíritu de integración de los pueblos más allá de los Estados, aunque también siguen este lineamiento con gobiernos progresistas en su mayoría.

Ya han transcurrido más de cien años de enclaustramiento marítimo y solo se ha conseguido mantener vivo un sentimiento de “enemistad” hacia el pueblo chileno, y viceversa, que solo daña el proceso de unidad e integración, además de ser un antivalor para las nuevas generaciones de ambos países, herederas y víctimas de un conflicto que no habían planeado. Así, con el paso del tiempo, hubo acercamientos para concretar el acuerdo esperado para que Bolivia retorne al mar, pero los mismos no fueron culminados. Esta vez, con dos gobiernos de tinte socialista se había esperado un efecto similar el cual tampoco se consiguió con el primer gobierno de Michelle Bachelet; y el segundo gobierno actual viene precedido de la demanda ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya interpuesta hace poco tiempo atrás como una de las últimas cartas de Bolivia para, paradójicamente, “obligar a Chile a negociar una salida al mar”, el cual de por si no es una solución al problema sino el inicio de otra etapa si es que se tiene un fallo a favor nuestro. De esta manera, esperemos que la coyuntura internacional con el acercamiento de ambos gobiernos vaya respaldado de una especie de diplomacia de los pueblos desde donde posiblemente salgan algunas voces más lúcidas que las de instancias estatales que tienen consigo muchas otras cargas, casi siempre beligerantes e interesadas, que impiden avanzar en problemas complejos y enmarañados como el del “mar para Bolivia”.

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