En la misma línea que busca
identificar cualidades y particularidades chicheñas, nos encontramos con la
caballería chicheña que no podría tener un sentido ni explicación si eliminamos
los encuentros y desencuentros con los colonos españoles que trajeron consigo
estos equinos para que ahora sean parte fundante de nuestra identidad. Pero con
este tipo de ejemplos solo se busca mostrar la movilidad y dinámica de las
culturas que se van transfigurando en base a las realidades y contextos del
devenir de la historia, en base a lo cual se construyen las bases identitarias.
Aquí jugamos con aspectos como las relaciones de la intra e interculturalidad
que demuestran desde una categorización muy actual esta misma condición de los
relacionamientos y conflictos entre culturas, e incluso dentro de una misma
cultura. Pero este tipo de estrategias son las que permiten mantener vigente a
un grupo cultural dentro de un entorno tan complejo y variado como el boliviano
donde se considera a este aspecto como uno de los principales baluartes de
nuestra riqueza inmaterial.
Con seguridad lo que se conoce actualmente como
la cultura chicheña es producto del encuentro de muchas vertientes que
influyeron en lo que entendemos en la actualidad como estas subjetividades e
identidades colectivas. Así, encontramos aspectos originarios, coloniales,
republicanos, transfronterizos y contemporáneos entre muchos otros; los cuales
vienen deconstruyendo y replanteando a cada momento la cultura chicheña actual.
Asimismo, los actores involucrados en este cometido son los principales
responsables de fluctuar entre la estática romántica y lírica de esta línea o
más bien convertirla en una actividad permanente unificando lo autóctono y la
estilización moderna acorde a las realidades actuales. Así, en un evento
propiciado por el Ministerio de Culturas se pudo apreciar a lado de los tamales
tupiceños un plato de llajua, lo cual fue cuestionado por una inexactitud de la
forma de comerlos; no obstante las costumbres gastronómicas o preferencias y
gustos son simplemente eso y no se han constituido en normas rígidas y cerradas
que empantanen una cultura en frivolidades como la manera correcta o no de
comer un platillo tradicional. El buscar la innovación, ya sea desde el
paladar, no significa un sacrilegio a una cultura que de por sí se encuentra
lejos de un esencialismo abstracto y más bien puede estar presente de forma
tangible en otros espacios que rompen con las limitaciones locales o
regionales. El encasillamiento de elementos que pretenden ser impolutos
solamente muestra un ensimismamiento innecesario que puede terminar sofocando
las prácticas culturales y su relacionamiento con otras poblaciones y culturas.
Este hecho, principalmente ha develado un sentimiento negativo de nuestra
población que siempre busca el eslabón débil de cualquier cadena propositiva y
gestión que se realice para la región lo cual puede devenir en una ruta
perversa que nos vaya aislando de nuevas proyecciones, ya sean externas o
internas. Así, otra vez debemos prestar atención a una frase muy llamativa del
Himno a Tupiza, que dice “es la tierra soberbia la nuestra”; a la espera que
transformar la misma en una apertura necesaria para poder ser gestores de esa
histórica cultura que continúe produciendo y proponiendo, más que carcomiéndose
y anulando lo avanzado. Esa llajua combinada con los tamales deberá ser el
llamado de atención para continuar con una gestión cultural activa y dinamizada
en espacios que rompan con la miopía a la que posiblemente nos vamos
acostumbrando, con serios riesgos de etnocentrismo totalmente desacertado en
estos tiempos de glocalización.
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