En estos días nos preparamos
para realizar un cierre, posiblemente forzoso, de una gestión que tuvo consigo
una serie de aspectos que son pasibles de recordar o dignos de olvidar. Como
siempre están las polaridades que suelen dar el sentido a la vida (quitándolo o
devolviéndolo) ya sean con éxitos y fracasos en los planes que se buscan
direccionar nuestras acciones en el día a día con diferentes dimensiones dependiendo
de las personas y sus intereses. Sin embargo, no se puede desestimar ninguna de
las experiencias vividas de las cuales se adquiere una serie de conocimientos
empíricos que se complementan con lo aprehendido en espacios formales
establecidos por el sistema, en nuestro caso, plurinacional. Así, podemos
entender lo sucedido desde dos ámbitos: el personal y el social-colectivo.
Desde el primer ámbito
debemos entender nuestros propios deseos, trabajos, anhelos y proyecciones que
bordean el existencialismo fluctuante por lo profundo y frívolo entre los
cuales varía en nuestro devenir. También, en una relación con las
construcciones sociales se suele asociar este desarrollo personal con las
etapas por las que trascurrimos donde se incluye el estudio, profesionalización,
trabajo, familia y patrimonio entre otros. De esta manera, se ingresa en un
periodo de construcción compartida que enlaza el sentido individual con lo
colectivo en el objetivo de la construcción de una sociedad, o en el mejor de
los casos una comunidad, que en el establecimiento de las redes configuran los
estilos y tipos de estructuras, que en un momento alguien definió como
capitalismo, socialismo y comunismo, pero que al final de cuentas tienen un
sinfín de configuraciones que matizan la realidad de las personas y sus
entornos, así como sus condiciones de vida y formas de relacionamiento.
Ya en
el ámbito colectivo, nos enfrentamos a formas complejas de relacionamiento
donde el poder es uno de los principales motores para que la historia siga su
curso. Dentro de este aspecto están la política y la economía que son las
principales manifestaciones del poder, sin considerar a los micropoderes que se
encuentran en cada individualidad y que cobran mayor potencia cuando son
sumadas en acciones colectivas que generalmente se direccionan contra el orden
establecido, representando el tan necesario contrapoder. Desde esta
perspectiva, la política nos deja una año muy marcado por el proceso electoral
donde se tuvo como resultado la reelección del Presidente del Estado
Plurinacional, que solo tiene de novedoso los nombres de las y los
representantes en la Asamblea Legislativa. Bajo un lineamiento similar y
electoralista, el 2015 ya comienza matizado por unos atisbos de campaña que
pretenden posicionar nombres y siglas como el preámbulo a las subnacionales. En
todo caso, la cotidianeidad de la vida y sus recurrencias solo parece ser
interrumpida por sucesos como estos que buscan modificar nuestras concepciones
y resultados que en muchos casos terminan con una nueva desilusión frente a que
ese orden de las cosas sigue inalterable, por lo menos en un plazo inmediato. El
paso del 31 de diciembre y el 1 de enero es simplemente una bisagra cronológica
entre dos tiempos imaginarios en el calendario gregoriano, que se mezclan con
una serie de creencias religiosas, paganas, endógenas y otras que se
entrecruzan para darle sentidos propios y adaptados que inserten algo de magia
a este cambio de dígito y que el destino de nuestros caminos se vea algo
bendecido con una idea de trasfondo que nos dice que este destino no existe y
que más bien es definido a cada instante por las acciones y decisiones que
vamos tomando enmarcado en el libre albedrío o el humanismo existencialista.
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