Nuevamente estamos en las
vísperas de la navidad y las personas, en gran parte, se dirigen hacia los
centros de comercio para abastecerse de una serie de elementos que
supuestamente son parte de esta celebración. Entre estas prácticas se
encuentran las muestras de consumismo extremo donde parecería que el nivel de
gasto en los regalos y otros objetos son sinónimo de los sentimientos que uno
refleja hacia sus familias y el entorno inmediato. Por una parte, tenemos la
presencia de los adornos de temporada que han sido asumidos y normalizados para
nuestra realidad con tantas contradicciones como un sinsentido en que se cae de
forma estructural. Así, como solo un ejemplo tenemos estos objetos que expresan
figuras como Papa Noel, pesebres nevados y muñecos de nieve, entre muchos
otros. De esta manera nos topamos con que, contrariamente, en nuestro país
mayoritariamente no nieva y mucho menos en esta época de transición entre
primavera y verano donde se encuentra el solsticio de verano como el paso entre
estas estaciones.
Con esta adaptación tenemos
uno de los mayores procesos de aculturación en esta parte del mundo donde se
aceptó todo un paquete de costumbres que pasaron por un, complicado,
sincretismo para tener una navidad a la boliviana con la mezcla de varios
elementos, a veces complementarios y también contradictorios. Bajo este mismo
lineamiento se han ido estableciendo gran parte de las festividades del ciclo
anual, donde de trasfondo el mercado parece ser el determinante de cada una de
ellas para su repetición y recurrencia periódica. Sin embargo, este es un
efecto de todas las influencias ante las cuales solo somos los reproductores,
casi, inocentes y pasivos de estas prácticas donde la economía marca las
diferencias dentro de una sociedad, todavía, llena de desigualdades,
diferencias y discriminación. Así, se va estableciendo un marco donde se cruzan
imágenes como las de personas que caminan indiferentes en la búsqueda de
regalos costosos, los cuales se contrastan con familias inmigrantes que se
trasladan hasta las principales ciudades con objetivos más modestos como la
simple sobrevivencia que es más compleja que la simple mendicidad como la ven
gran parte de los habitantes de la urbe.
En
contramano, en algunos lugares (provincias y comunidades) todavía se mantiene
una resistencia a las directrices del mercado en la pretensión de conservar
tradiciones de austeridad y con otros trasfondos donde se encuentra el origen
mismo de esta festividad como fue el nacimiento de Jesús con una carga de
valores y objetivos más esotéricos y espirituales. No obstante, se va ampliando
la amenaza permanente del sentimiento mercantilista que logra llegar hasta
todos los pueblos posibles mediante diferentes mecanismos sutiles y encubiertos
en los medios de difusión que se convierten en corresponsables para la
expansión de este pensamiento superficial y frívolo marcado por las capacidades
económicas para realizar los gastos como si esto fuera un reflejo del cariño
hacia las familias. Nuevamente surge una gran necesidad espiritual en medio de
todo un sistema superficial para que logremos interpretar los profundos
significados de toda la simbología de la navidad muy ligada a la conciencia y
el despertar de cada persona en una confrontación y autoconocimiento muy
complejo y difícil que es un reto en el día a día y que no se logra responder
mediante la superficialidad de la materia que más bien genera un sinsentido en
la vida.
“Detrás de las luces y ruidos de la pasajera navidad, pretendemos
olvidarnos e ignorar las sombras y el
silencio que siempre están presentes” (EpE).
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