Dentro de una estructura social arraigada por la “moral
y las buenas costumbres” se suelen utilizar, de manera casi mecánica, máximas
que demarquen lineamientos y objetivos de vida. Así, el dicho de hasta que la muerte los separe parece no
tener asidero en los tiempos en que vivimos por todos los importantes y
rescatables avances que se han logrado en varios sentidos. En primer lugar está
el de los derechos humanos, con énfasis en las mujeres, donde con la lucha
permanente y vigente a lo largo del tiempo por el respeto a los derechos
humanos de este sector poblacional se pretende generar una aplicación real de
los mismos en todas las instancias pública, privadas y, obviamente, domésticas.
Segundo, nos encontramos con la lucha contra la violencia en todos sus
sentidos, con el énfasis en la razón de género, y que nos obliga a tomar
medidas para aplacar el ejercicio de violencia (en todas sus formas pasando por
la psicológica, física, sexual, económica y otras) contra niñas, adolescentes,
jóvenes, adultas y adultas mayores. Los dos avances antes mencionados nos
llevan a visibilizar el trabajo de organizaciones y personas activistas,
apoyadas por instituciones, también, comprometidas con estas luchas del día a
día. No obstante queda, como tercer elemento, la incidencia en política desde
instancias estatales que son plataformas por las cuales se pueden lograr
avances significativos pero donde se presentan mayores trabas y conflictos para
conseguir avances efectivos.
Pero volviendo a nuestra frase, cuasi, célebre del hasta que la muerte los separe, debemos
retomar también los “buenos” usos y costumbres de sociedades tradicionales
donde la permanencia de una familia nuclear biparental era observada como la
familia normal, quedando detrás toda la carga de vulneraciones, sometimiento,
privaciones, violencia y otros factores que eran la base para una familia
modelo (modelo Ingalls). Sin embargo, con el avance de las sociedades
enmarcadas en los derechos y la búsqueda de equidad o complementariedad se van
deconstruyendo estos imaginarios sociales a partir de la develación de este
tipo de trampas perversas para mantener intacto al “núcleo” de la sociedad, la familia.
Entonces aparecen las interpeladas familias “disfuncionales” con presencia solo
de la madre, en mayor número de casos, o de otros miembros familiares
incluyendo abuelas principalmente. Por otra parte, están las mujeres
cuestionadas por su negativa a casarse y tener descendencia lo cual recae
directamente en un etiquetamiento sobre la base del prejuicio y la
estigmatización.
Bajo este imaginario social, basado en las supuestas tradiciones
y costumbres, solía reproducirse esta estructura familiar que ocultaba relaciones
complejas y conflictivas invisibilizadas por aspectos tan triviales como “el
qué dirán” manteniendo vigentes por muchos años, llegándose a terminar solo con
el fallecimiento de uno de los miembros de la pareja. Dentro de esta perspectiva,
en la actualidad se conoce que el número de separaciones y divorcios han ido
incrementándose, lo cual se explica a partir de estas condicionantes antes
descritas y que están muy vinculadas a una ampliación y conocimiento de los
derechos y la no violencia como un principio fundamental de la vida en pareja,
además de las otras instancias como la violencia que se ejerce contra niños y
niñas, entre otros grupos poblacionales. Así, con otro ejemplo cotidiano
observamos que procesos complejos a nivel psicológico y social que se vive cada
día en nuestra realidad y que lamentablemente suelen tener como un refuerzo a
dichos populares o máximas que pueden determinar formas de relacionamiento en
medio de la vulneración de los derechos de las personas, avalados por la doble
moral de las tradiciones y costumbres. De esta manera, en el peor de los casos
el círculo de la violencia va creciendo hasta que esta recurrencia se convierte
en el asesinato, bajo la figura de feminicidio como una de las consecuencias
más lamentables que pueden comenzar con un simple “hasta que la muerte nos
separe…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario