En la actualidad los roles, tradicionalmente,
establecidos y heredados por varias generaciones comienzan a ser
desmontados a partir de una serie de
avances, reflexiones y, hasta, políticas que pretenden cambiar estas formas de
pensar y entender el mundo. Así estos roles de género establecidos como
presupuestos respecto de lo que se entiende por ser mujer o ser hombre parecen
encontrarse en una historia contradictoria de un imaginario social frente a una
realidad de desigualdades entre sexos y géneros construidos e impuestos dentro
de estructuras patriarcales. En este sentido, se abren al debate, nuevamente,
lo concerniente al espacio público y privado o doméstico, los cuales se han
adscrito a hombres y mujeres respectivamente en una perspectiva totalmente
arcaica y retrograda que parece tan incongruente con los tiempos en los cuales
vivimos hoy en día. Así se sigue asociando a lo público y la productividad con los
hombres lo cual los aleja y vuelve tan ajenos de lo doméstico, llegándose a
extremos como la naturalización de esta condición y estructuración social de
roles.
Así, las paternidades se encuentran en una relación
compleja y contradictoria en cuanto a las maneras de entender el ser padre en
la sociedad boliviana, esto a raíz de la influencia y hasta determinación de
esa estructura patriarcal junto a otras peculiaridades históricas. Bajo esta
perspectiva nos enfrentamos a una forma, siempre, inconclusa de ser padre y que
más bien está marcada por el ejercicio de violencia (psicológica, física, económica
y simbólica entre muchas otras) como una de las características de este rol de
la paternidad. De igual manera está el abandono la falta de cariño y amor hacia
hijos e hijas como ejes sobre los que gira la paternidad. Con estas y otras
características se ha establecido, y hasta normalizado, esta concepción de
paternidad en nuestro país donde la carga, casi completa, del cuidado se lo
deja a las mujeres en la mayoría de los casos. Por otra parte, si bien existen
avances significativos todavía se mantienen vigentes aspectos tan sutiles que
siguen reproduciendo estas relaciones dentro de lo que conocemos como los
micromachismos en prácticas tan simples como la asignación de colores
diferenciados para hombres y mujeres, llegando al extremo ridículo de la
censura y discriminación por este hecho.
Bajo estos lineamientos, queda mucho por deconstruir y
desmontar a nivel social e individual para ir superando estas taras mentales
que afectan en varios sentidos a la estructura social de forma recurrente y
cotidiana. De por medio está erradicar la violencia, el sexismo, machismo,
homofobia, gorilismo y hasta el chauvinismo, entre otros, que asociados pueden
tener consecuencias complejas al generar una reproducción tanto en los hijos e
hijas, estructurando nuevamente futuros hombres violentos y padres solo de
nombre, pero sin ninguna práctica real respecto de una paternidad activa y
comprometida. Necesitamos padres que puedan cocinar, lavar, jugar y expresar
algo de cariño, aunque con seguridad esto implica un desmontaje de toda la
carga subjetiva que quedó de los ascendientes, pero estos son quiebres
necesarios y urgentes para continuar en el camino de la equidad, la complementariedad
y una convivencia más armónica, en este caso desde el rol de padre, teniendo
como objetivo mayor e ineludible el interés superior de niños y niñas, hijos e
hijas, y a partir de la relación intrafamiliar poder incidir en las relaciones
sociales.
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