Los Juegos Olímpicos “Río 2016” que se vienen
desarrollando en el país vecino del Brasil nos abren una serie de aristas para
comentar y hasta conocer respecto del deporte en gran parte de sus disciplinas
existentes alrededor del mundo. Como un aspecto ineludible, se encuentra la
situación de estos “otros” deportes y su realidad actual en Bolivia, donde
parecería existir una cultura de deporte como sinónimo de futbol, ante las
otras disciplinas que quedan como prácticas secundarias y con mínima
importancia, al menos en términos formales de competición. En este contexto,
1993 es el dato más cercano de un sentimiento de victoria y triunfo en torno al
futbol nacional, donde la selección logró, solo, clasificar al Mundial de
Futbol de Estados Unidos ’94, donde simplemente se fue a participar y,
seguramente, ganar experiencia. Entonces, han sido muchos los debates,
recurrentes eliminatoria tras eliminatoria, luego de que la selección queda muy
lejos de la clasificación al mundial correspondiente y los comentaristas junto
a analistas tratan de encontrar la respuesta para salir de esa crisis del
futbol boliviano. Pero, en esa cultura coyunturalista tenemos que todo queda en
el momento para después esperar la próxima derrota futbolera para retomar el
debate y la polémica.
Pese a estas condiciones, gran parte de las y los
bolivianos continuamos concentrados en el futbol como ese sinónimo de deporte,
manteniendo al margen el gran número de disciplinas que bien podrían ser
trabajadas en nuestro país con mejores resultados que los que nos deja el
futbol. En la misma línea casi todos los auspicios y respaldos de instituciones
públicas y privadas se agrupan en torno al futbol, lo que queda claro con la
delegación mínima (12 deportistas en Río) que participa en los juegos
olímpicos, anteriores y actuales, que llegan hasta esas instancias por esfuerzo
propio y mínimos apoyos. Entonces, comparativamente, debemos ver lo que ocurre
en diferentes instancias futbolísticas que comienzan en la Liga donde los
equipos existentes cosechan grandes triunfos internos pero que casi nunca
pueden reflejar en torneos internacionales, donde de la misma manera quedan
desclasificados en instancias primarias. Por otra parte, es importante
considerar algunas características de la cultura futbolera que encierra, entre
otras cosas, aspectos como la discriminación, xenofobia, misoginia y homofobia
siendo los estadios los escenarios donde este tipo de manifestaciones son
expresadas sin mayor reparo y de forma masiva.
Entonces, es pertinente que se vayan abriendo espacios
en diferentes instancias para poder trabajar en diferentes deportes, no como
una forma periférica sino asumiendo la importancia que deberían tener en un
marco más amplio de representación boliviana a nivel internacional y también
permitir a las y los seguidores tener mayores opciones de disfrutar del deporte
en su plenitud. Por otra parte, es seguro que nuestras y nuestros atletas nos
brindarían mayores satisfacciones abriendo la propuesta en cuanto a disciplinas
deportivas que ni siquiera requieren, en algunos casos, de infraestructuras
especializadas, si es que este sería el argumento para no brindar el respaldo.
Así, junto a voluntad política, mucho depende de ir cambiando nuestros
imaginarios y perspectivas en cuanto al mundo deportivo para que las nuevas
generaciones vayan conociendo, inicialmente, la gran variedad de disciplinas
deportivas existentes, las cuales son omitidas de nuestro acervo descartando
también las capacidades que, con seguridad, tienen hombres y mujeres de nuestro
país para tener buenas representaciones en escenarios de encuentro mundial como
el que ahora podemos disfrutar dentro de los Juegos Olímpicos Río 2016, con lo
que además superemos el mero discurso de que el deporte (que se promueva) es
salud.
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