lunes, 6 de agosto de 2018

REFLEXIONAR BOLIVIA



6 de agosto de 1825, son 48 representantes ante la Asamblea de las Provincias del Alto Perú quienes firman el Acta de Independencia de la novel República de Bolívar, luego de concluirse la Guerra de los 15 años dentro del proceso independentista que empezó con los Gritos libertarios en Chuquisaca y La Paz en 1809; y, más aún, en Suipacha con el “Bautizo de fuego” de 1810. Así nacería la República de Bolívar, en homenaje a su libertador y en detrimento de otras tantas y tantos que lucharon en este mismo objetivo. De esta manera se fundaba un nuevo país, heredero de la colonia y germen del colonialismo interno con gran parte de la población excluida (indios y mujeres principalmente) del nuevo y embrionario Estado. En este marco, la gesta libertaria había sido consolidada por gran parte de los nuevos héroes que en su momento fueron realistas y ahora, con un simple cambio de camiseta, se convertían en iconos patriotas (situación que reproducimos hasta la actualidad con nuestro anquilosamiento patriotero y chauvinista de estas fechas).

Pero las fundaciones no suelen ser simples momentos o hechos inmediatos, sino que responden a procesos más complejos que requerimos considerar, o por lo menos conocer, para no pecar de los vicios de la coyuntura del fervor cívico, con un gran sesgo de ignorancia. En este sentido, nos remontamos hasta 1781, con los levantamientos indígenas que demarcaron un derrotero y “amenaza” para las elites criollo-mestizas en el planteamiento de un proyecto de país de indios y el retorno al Tahuantinsuyu. En 1789, ocurre la Revolución Francesa donde se estatuye un Estado democrático, socavando las bases de la monarquía, lo cual llega hasta nuestras tierras en forma de ideas, cobrando fuerza en espacios como la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca donde los “hombres ilustrados” se apropian de estas ideas planteando el proyecto, alterno, de un país criollo-mestizo (blancoide). Así se genera la bifurcación y debate de las dos bolivias, presente hasta nuestros días sobre todo desde el pensamiento indianista. En esta línea cronológica, se tuvo que esperar más de un siglo después, superando varios momentos de profunda inestabilidad, para llegar hasta la Revolución Popular de 1952 con varios avances importantes como el voto universal, la nacionalización, reforma agraria; más allá de las sombras consecuentes en la forma de su aplicación.

Ya en el siglo XXI, Bolivia se acerca a su bicentenario y parece que los avances son muy lentos, todavía, porque nuestro país sigue arrastrando taras centenarias que se han visibilizado en los últimos años como producto de la carga histórica que tuvo un punto de quiebre el 2003 con la caída del sistema político, económico e incluso el social. En este marco, nuestro país y su población se ha introducido en una vorágine altamente politizada donde vivimos en tiempos inmediatistas que han olvidado la memoria histórica y mucho más el devenir de hechos como los antes mencionados, lo que no permite tener una visión compleja de la realidad boliviana que explique, coherentemente, los tiempos en los que vivimos. Ante esta situación, debemos agregar las condiciones tecnológicas que han devaluado aún más el debate y el argumento para cualquier temática y nos reduce a ser una sociedad del meme donde sujetamos nuestros criterios a un simple slogan inmediatista. Asimismo, nos vamos adormeciendo en demostraciones de civismo, como desfiles por ejemplo, que deberían ser reconsiderados en la realidad actual y su pertinencia como una forma de celebrar la independencia. Todavía se requiere muchas cosas para seguir avanzando como país, donde se priorice la educación, el conocimiento, la integración, la complementariedad y otras, pero siempre yendo más allá del concepto y más bien estructurando esas complejidades que cruzan a nuestra actualidad, como la cultura, la religión, las desigualdades, la exclusión y discriminación, la violencia, los regionalismos y más, que pueden tener diferentes rostros los cuales afectan al tejido social y a nuestros sentimientos de comunidad y hermandad, no solo dentro de la bolivianidad sino más bien, como seres humanos, como humanidad.

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