Cuando normalizamos la
realidad y concluimos que nuestra actualidad es una simple condición del estar
casuales, hemos perdido parte importante de nuestro sentido crítico de la
existencia, nuestra existencia. Así, es siempre prudente y útil el ejercicio,
algo descolonizador, de extrapolarnos hasta tiempos en que los colonizadores
llegaban hasta territorios de Abya Yala comenzando con un proceso de sometimiento
y subyugación con el ejercicio de la violencia contra la población originaria,
es decir nosotras y nosotros. En este sentido, las matrices civilizatorias del
colonizador fueron impuestas progresivamente donde ingresaron diferentes
aspectos de la vida como la religión, cultura, idioma, desarrollo y otras;
cortando intempestivamente el proceso endógeno que seguían nuestros pueblos (y
abriendo un paraguas especulativo del resultado que tendrían nuestras
sociedades hasta este tiempo de no haber ocurrido este desencuentro en el ocaso
del siglo XV).
De esta manera, han pasado
los ilustres 500 años dentro de los cuales nuestra memoria larga ha perdido el
sendero y los orígenes que nos permitan identificar estos momentos emblemáticos
de la historia. Por tanto, en pleno siglo XXI la normalización ha hecho que el
idioma que hablamos, la religión que profesamos, la cultura que celebramos y
otras expresiones de la vida cotidiana se van reproduciendo en una lógica del
sinsentido y el desconocimiento de sus argumentos, explicaciones y trasfondos.
Esta situación, incluso, hace que defendamos, o nos posicionemos, a ultranza
una parte de la compleja realidad, imaginarios o subjetividades socialmente
construidas. De esta forma vivimos de forma muy efímera e inmediata donde los
criterios han perdido el rumbo, desde sus raíces y sus derroteros.
En medio de esta maraña de
ignorancias y desconocimiento, cómo no, la política ingresa abruptamente y pone
en agenda, con mayor relevancia, el tema idiomático cuestionando la identidad
indígena de las autoridades nacionales, o más bien Plurinacionales, a partir
del conocimiento y manejo de los idiomas oficiales del Estado, además del
castellano. A esta situación, los medios de difusión suman desde una especie de
amarillismo que mantiene vigente el debate en medio de los dimes y diretes del espectáculo de nuestros ocasionales animales
políticos. En este marco, para quienes estamos vinculados cotidianamente en el
trabajo con la población, resulta más que familiar y necesario el conocimiento
de los idiomas originarios que son formas de relacionamiento con la gente a quien
servimos, o por el contrario generan grandes abismos para la interacción y un
mejor servicio. Por lo tanto, entender a los idiomas originarios como algo
inservible o innecesario recae en un craso error de interpretación de la
realidad boliviana, así como un desconocimiento de la misma, que dependiendo de
quién lo plantee cobra mayor cuestionamiento.
En este panorama, el avance constitucional de
reconocimiento e inclusión de los 36 idiomas oficiales (Artículo 5 de la Constitución Política del
Estado) es muy relevante, además de otras leyes, en este caso las vinculadas a
lo político electoral. No obstante, asumir la obligatoriedad de hablar estos
idiomas originarios resulta en un descrédito porque demuestra el ignorancia respecto
de la formación social boliviana; y el desconocimiento de dichos idiomas (o por
lo menos uno) sin duda debería despertar algo de vergüenza. En este marco,
estos últimos días se han desarrollado en torno a la polémica de quiénes hablan
o no algún idioma originario, todo ello enmarcado en el proceso electoral del
2019. Sin duda con este requisito muchos candidatos podrían quedar en el camino
hacia las elecciones generales, lo cual denota la representatividad de dichos
candidatos y de qué sectores sociales provienen los mismos. El debate desenvuelto
en este contexto resulta sugerente para seguir debatiendo sobre las identidades
existentes en el país plurinacional desde los formalismos superficiales y obligatorias
en una suerte de que el fin justifique
los medios (aprender a hablar estos idiomas de manera instrumental). En
todo caso, dentro de la Nación Chichas debemos esperar que los próximos
candidatos regionales (principalmente la Circunscripción 37) emitan sus
discursos y den a conocer las propuestas en el idioma propio, el Kunza.
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