Junto al avance de la historia la sociedad se va adaptando a los cambios
que ésta lleva consigo, lo cual también implica modificaciones dentro de las
estructuras y los roles que cumplen las personas en un grupo. En este sentido,
las mujeres han tenido que ir pasando y luchando contra un gran lastre que ha
sido implantado por una visión errónea de machismo y dominio del varón sobre la
mujer, fundamentado por la capacidad productiva y de generación de recursos
para la familia que eximían al hombre de otras responsabilidades como ser los
temas domésticos y de cuidado de los niños, entre otros. Sin embargo, con el
paso del tiempo, y bajo otras condiciones de vida, las mujeres han tenido que
introducirse progresivamente en los temas productivos lo cual ha implicado la
triple función que cumple ésta, donde se alterna entre la producción y
reproducción multiplicando así, aun más, las responsabilidades por cumplir y
necesidades que cubrir.
De la misma manera, dentro
de la sociedad se fue asimilando este pensamiento otorgándole a la mujer un
nivel inferior y supeditado por el varón que adoptó la figura de cabeza de
familia con lo cual se generaron otros malestares como ser la violencia
intrafamiliar, de carácter endémico en este último tiempo. Lamentablemente,
este tipo de prácticas violentas, suelen estar accionadas por mecanismos
subconcientes que se comienzan a establecer en la infancia cuando los padres
ejercen violencia sobre sus hijos bajo el argumento de que es por amor con
afirmaciones como: “es por tu bien”. De esta manera, ya en la madurez y la
conformación de las parejas emergen estas asociaciones psicológicas que
establecen un nexo directo entre amor y uso de la violencia por lo cual quedan
como una práctica permanente y legitimizada. Así, en la mayoría de los casos la
diferencia vertical entre géneros comienza a manifestarse a raíz de la
formación cíclica de los padres que vuelven una recurrencia en la sociedad
fortalecida por la tradición y costumbres expresadas en el cotidiano y con
diversas formas de manifestación como la música (himnos), el cine o las
continuas propagandas, entre muchos otros.
Partiendo de estas
características establecidas, se ha ido gestando nuevas posiciones ideológicas,
y políticas como el feminismo, que proyectan a la mujer más allá de su rol de
madre y más bien ponen a la maternidad como una opción y no como obligación lo
cual seguramente tiene sus consecuencias para el grupo social que se vería
imposibilitado de contar con la reproducción y permanencia de la especie. No
obstante, este es un debate abierto y actual que permite replantear la división
de labores y responsabilidades para varones y mujeres en sus distintos espacios
de desarrollo y principalmente dentro de la familia, como lugar preeminente de
dominación por ser un espacio privado. De esta forma, las actuales condiciones
de existencia han obligado a que se vuelva a analizar este tipo de cuestiones
que en un nuevo siglo parecen algo superado pero que a la vez se encuentra
vigente en el día a día. La maternidad sigue siendo una de las labores más
importantes y admirables de la sociedad pero a su vez esto ha llevado a incluir
un índice de victimización sobre la madre que con el argumento de la abnegación
debe llevar consigo prácticas de connotación negativa y que va en detrimento de
sí misma. Dentro de la realidad vigente, la familia debe convertirse en una
equitativa distribución de roles laborales, domésticos y formativos; donde
además se debe tomar en cuenta el aspecto de complementariedad para nuestro
contexto, en base a las prácticas comunitarias con mucha sabiduría, algunas
veces distorsionada. Nuevamente, el día de la madre es un pretexto para debatir
estas temáticas a profundidad más allá de que sea solo un día de reconocimiento
que para mañana será olvidado e ignorado hasta el próximo año.