Hace una semana en un periódico nacional se publicó un artículo referido
a la casa que fue propiedad de Carlos Víctor Aramayo, y el legado familiar que
este involucra. Este inmueble todavía sigue en excelentes condiciones de
mantenimiento siendo habitadas en la actualidad por otros propietarios luego de
lo sucedido en 1952 donde se modifican las estructuras económicas y políticas
del país por lo que la familia Aramayo tiene que salir del país dejando a su
suerte todas sus pertenencias. De esta manera, el cuerpo diplomático del Brasil
llega a ser el actual propietario que sin embargo debe recibir un
reconocimiento por haber mantenido en las mejores condiciones hasta nuestros
días incluyendo el amoblado desde la época del auge de los barones del estaño.
Con esta información, cobra un contrasentido
paradójico lo que sucede en la región de donde los Aramayo fueron oriundos, y
en este caso solo refiriéndonos a este caso que se multiplica al involucrar
todas las facetas históricas y culturales existen ahora solo en los recuerdos
añorables. Así, nos topamos con la dejadez o desinterés que se tiene frente a
una valorización del legado que ahora sirve solo como pretexto de hacernos
llamar capital cultural donde esta situación solo se reduce a las actividades que
se realizan dentro de los establecimientos educativos los cuales en su mayoría
son por iniciativa propia. De esta manera parece que nos quedan grandes estos títulos
que enaltecen a esta ciudad. Entonces, nuevamente debemos mencionar al
patrimonio que no ha tenido, casi, ninguna atención desde las instancias
pertinentes en este objetivo que debería ser fundamental dentro del rastro
histórico colonial y republicano que hasta ahora queda como puntal de la
identidad regional, por lo menos dentro de una de sus líneas de entendimiento.
Con lo antecedido,
parece que las diferentes autoridades cumplieron sus gestiones sin delinear
exactamente políticas culturales, netamente, y más bien se ha seguido una
especie de ciclo recurrente que viene repitiendo el calendario cultural,
reduciendo esta gestión solo a la realización de actividades sin tener otras
iniciativas proyectadas que potencien esta particularidad de los Chichas. De esta
manera, se debe prestar atención a lo ocurrido con el deterioro de obras
arquitectónicas que podrían ser un gran valor del patrimonio regional. Dentro
de estas encontramos principalmente a la Hacienda de Chajrahuasi (totalmente
contrario a la casa ubicada en La Paz), la Hacienda de Oploca perteneciente a
la familia Yañez que de igual manera a lo largo de los años ha sido olvidada y
en este último periodo sufrió modificaciones totalmente alejadas de cualquier
criterio de conservación patrimonial y conocimiento de causa. Por tanto,
seguimos viviendo en grandes recuerdos históricos que no han podido mantenerse
más que en los escritos y crónicas de la tierra de los Chichas que todavía
lleva denominativos muy ajenos a su realidad actual donde la cultura parece ser
lo más periférico dentro de los intereses para definir las políticas públicas y
la planificación. Así, todos los valores que encontramos dentro de nuestra
historia siguen vigentes solo ahí en las polvorientas páginas de los libros que
con el paso del tiempo se van perdiendo aun más en la memoria de los que fueron
testigos de estos hechos y que ahora solo lo expresan en relatos lejanos de los
que la nuevas generaciones no fueron ni serán testigos.
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