En el desarrollo de la historia, existieron dos posiciones claras en cuanto
a la política y la estructura de una sociedad. Por una parte, estuvieron los
conservadores quienes se encontraban conformes con un orden establecido,
sustentado sobre todo por ciertos beneficios y privilegios con que contaban a
diferencia de los otros grupos poblacionales. En contraposición los
revolucionarios que cuestionaban este orden y planteaban cambios estructurales
en la búsqueda de mejores días para la sociedad en general. Esta situación se
vio potenciada y más diferenciada en el periodo de la Revolución Francesa con
la presencia de dos bloques a decirse de los jacobinos y los girondinos que en
relación con su ubicación dentro de la Asamblea Constituyente trajo los
apelativos de izquierda y derecha, respectivamente, como posiciones
ideológico-políticas. Desde este momento se asocia a la izquierda con los
revolucionarios y la derecha con los conservadores que se traducen en
expresiones partidarias dentro de diversos contextos y coyunturas.
Esta tradición ha
llegado hasta nuestro territorio en diferentes etapas de la historia boliviana
donde, sobre todo dentro del régimen dictatorial, se aglutinaban sectores
plurales en la búsqueda de conseguir objetivos comunes entre los cuales estaba
fundamentalmente el retorno a la democracia. Sin duda, ese momento fue, y es,
uno de los más representativos porque los objetivos planteados estaban en el
sentimiento y pensamiento de gran parte de la población cobrando así gran
legitimidad y apoyo colectivo. En este sentido, se asociaba a esta lucha con lo
revolucionario dentro de un sistema político lleno de arbitrariedades y abusos.
Dentro del régimen democrático, las motivaciones se fueron modificando y
agrupando en torno a la búsqueda de la reducción de las desigualdades sociales
y económicas, las cuales venían acompañadas por sombras como el colonialismo
interno y el racismo y discriminación como un hecho normal y patrimonial de las
elites tradicionales. No obstante con el avance del proceso político esto se
fue revirtiendo hasta llegar a un momento cúspide entre el 2000 y 2005
concretando el denominado “proceso de cambio”.
En la etapa actual que
vive Bolivia, se han logrado grandes avances y conquistas que se encuentran en
el trabajo de revertir el lastre que se arrastra por mucho tiempo, y partiendo
del antecedente de que nos encontramos en curso del proceso de cambio, con
todas sus características positivas y negativas, cabe repensar cómo se define
el revolucionario actual. Al parecer, nos localizamos en un momento donde los grupos
conservadores por herencia se transfiguran en revolucionarios (ahora defensores
de lo derechos indígenas) por oponerse al gobierno de turno; aunque esto
claramente es una estrategia política electoralista. Sin embargo, llama la
atención que los sectores revolucionarios por excelencia comiencen a
manifestarse en base a intereses que solo competen a su gremio y no así a la
población en general. Esta situación viene agudizada por la posición de la
Central Obrera Boliviana salarialista que plantea su lucha como una especie de
aliada partidaria de oposición dejando de lado su carácter independiente que
debería ser su principal bandera. En este marco, hemos sido testigos de la
afrenta protagonizada por dos sectores mineros, asalariados y cooperativistas,
en un conflicto agudo por una concesión minera. A raíz de esta situación la
sede de gobierno, y sobe todo sus habitantes, tienen que ser víctimas silenciosas
de las manifestaciones y expresiones de violencia donde el ser revolucionario
se redujo a expresar esta condición mediante la explosión de dinamita, pero con
el discurso de una movilización pacífica. De esta forma, y solo con un ejemplo,
volvemos a cuestionar las características de un revolucionario actual al igual
que sus métodos de lucha que trata de articular un discurso caduco y poco
coherente con la realidad actual.
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