Dentro de los procesos sociales se
presentan diferentes etapas donde los individuos van adscribiéndose a grupos
sociales o a identidades colectivas que sobre todo están basadas en el
territorio donde se encuentran y el legado que éste tiene en la línea
histórica. De esta forma, dentro de la conformación de una personalidad
ingresan tres elementos; el genotipo (vinculado a la herencia genética), el
fenotipo (la educación recibida en diferentes ámbitos) y el paratipo (el
contexto y las condiciones en el cual uno se desarrolla y la formas de
interrelación existentes). Entonces de esta manera se va asimilando y
construyendo un primer aspecto que tiene que ver con la posterior
autoidentificación con un determinado grupo social. A partir de esta forma de
personalidad las personas van adaptándose y asociándose con los afines a sus creencias
y subjetividades; con lo que se van agrupando los individuos en una pluralidad
de vertientes con objetivos diferenciados pero siempre manteniendo una gran
bandera común.
No
obstante, en medio de esta diversidad emerge una formación social colectiva que
representa a todo un territorio como pertenencia generalizada demarcando una
identidad común como en nuestro caso el “ser chicheño” fundamentado por
antecedentes de gran relevancia en la historia de la región que datan de
tiempos precolombinos y perviven hasta la actualidad. De esta manera se va
delineando esta forma de autoidentificación con mucha particularidad en el
relacionamiento con otras culturas del escenario nacional, o más bien
plurinacional. Así, los elementos que conforman la cultura de los Chichas
cobran gran relevancia por la proyección que tuvieron; pero no obstante,
nuevamente recaemos en una paradoja que juega en contra actualmente,
refiriéndonos a la remembranza simplemente hacia el pasado donde la
construcción del “ser chicheño” tuvo sus mejores momentos; primero de forma
autónoma y después destacándose en el periodo independentista y republicano.
Por tanto, una lectura para el replanteamiento coherente en la actualidad ha
quedado latente y a la espera de ser potenciado para dar continuidad al legado
conocido de los habitantes de los Chichas.
Entonces,
asumiendo las fortalezas y debilidades de la región y sus pobladores, el ser
chicheño puede ser considerado como un potencial que en los oriundos del lugar
mantiene viva la identidad regional. Sin embargo, esta exclusividad se
circunscribe a quedar dentro de los límites locales con poca capacidad de
proyección a nivel nacional y así lograr un reconocimiento en otros contextos.
Así la autoidentificación individual es un valor atenuado que cobra relevancia
en algunos momentos concretos del calendario sin que se permee a otras latitudes
y que esto sea un hecho permanente. Entonces, en el relacionamiento
intercultural se hace necesario un proceso de intraculturalidad que permita
ahondar en lo que representa el “ser chicheño” y que esta situación quede clara
en el imaginario social de los habitantes para que después se tenga la
capacidad de romper las limitaciones territoriales y esta cultura pueda
proyectarse a otros espacios. Por tanto, una estrategia desde los aspectos
formales está planteada en el marco del Censo próximo donde esta intraculturalidad
quedará manifiesta en datos estadísticos y sociodemográficos que permitirán a posteriori otros beneficios para la
región con el pretexto cultural pero que se amplíen a lo económico y el
mejoramiento de las condiciones de vida. El “ser chicheño” debe superar muchas
limitantes desde el regionalismo malentendido hasta un autoaislamiento basado
en la particularidad; por lo que en la actualidad tenemos tareas programadas
para concretarse en la realidad y la proyección, con la historia como un simple
percutor o antecedente.
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