Recorrer la “vida”
de una persona nos remite a encontrarnos con una serie de acontecimientos
biográficos que en la mayoría de los casos solo cobran relevancia para el
propio protagonista de esa historia que es presentada, más bien, como una
memoria sin mayor trascendencia. Sin embargo tenemos, como una contracara,
posiblemente complementaria, a la “obra” de esta persona que al ingresar en
este plano se aleja de la personalidad y asume un papel más público
volviéndose, ahora sí, un personaje porque tiene el reconocimiento de un
importante número de seguidores, sobre todo motivados por esa obra. Así se
conforma la dicotomía del decir Vida y Obra, para nuestro caso, de Alfredo
Domínguez.
Alfredo Domínguez Romero nació en
Tupiza, para el mundo, el 9 de julio de 1938 y como gran parte de nosotros
debió seguir los procedimientos de la vida que dependiendo de las condiciones
del momento suelen ir definiendo los senderos que vamos a recorrer hasta el
final de los días. De esta manera, este personaje no pudo abstraerse de la
realidad nacional y de sus habitantes donde la pobreza, todavía, es un factor
importante para entender nuestras construcciones sociales y las estrategias que
solemos adoptar en la cotidianeidad y en la subsistencia, bien reflejado por
Juan Cutipa. Sin embargo, Domínguez fue más allá al haber buscado la perspicacia
y el sentido crítico a partir de esta situación adversa que posteriormente
plasmaría en la obra que amalgama una brillante ejecución e interpretación de
la guitarra a lo cual se complementa la letra, que en algunos casos, acompaña
en los temas musicales de su autoría. Así, de forma premeditada o no, Domínguez
logró traducir sus vivencias en grandes obras melódicas donde el que quiera,
ahora, revisitar esa producción se sigue encontrando con lecciones de vida que
permiten asociar aspectos, aparentemente, contrarios; a decir de la cultura y
la política. Con este modo de plantear la lectura de su obra, hallamos otra
arista de la gran capacidad de proyectar manifiestos políticos a partir de expresiones
culturales, mostrando nuevamente el gran carácter emancipador y contestatario
que tiene la cultura en toda su historia.
En este mismo sentido, no podemos
olvidar escenas relevantes para Domínguez como su participación en el Conjunto
Teatral Nuevos Horizontes, de tendencia anarquista, donde pudo haber recibido
otras influencias, esta vez, ideológicas. A esto se suma la vivencia como
obrero en diferentes espacios para que ahora contemos con todo lo conocido por
este personaje que había reivindicado a la gente humilde y explotada;
mayoritaria en nuestro país. Como pasó en este pasaje, con seguridad Domínguez
tuvo un sin fin de crónicas que hasta nuestros días quedan plasmadas y grabadas
en su obra. Alfredo Domínguez (el artista) murió en Ginebra-Suiza el 28 de
enero de 1980; solo a partir de ese momento encontramos y leemos esta
trayectoria plena donde la persona se vuelve personaje y ha cobrado relevancia colectiva
dentro de la comunidad a partir de su reconocimiento general. Frente a todo lo
antecedido, debemos revalidar a Domínguez como un gran interprete, no solo de
la guitarra sino, de la realidad y las condiciones de vida de la población
boliviana donde todavía está pendiente un análisis de su obra en conjunto, más
allá de la faceta musical, para seguir realizando esta exploración que supere a
lo inmediatamente palpable y nos introduzca en la complejidad de su
pensamiento.