En los últimos años, junto al denominado proceso
de cambio, se han ido interpelando y modificando diferentes aspectos simbólicos
del país a iniciativa principal del Estado y su gobierno nacional. En este
sentido, uno de estos hechos fue el cambio de la denominación del 2 de agosto
que anteriormente se conocía como día del indio, o campesino, y que pasó a
llamarse día de la Reforma Agraria. De esta manera, se pretende impulsar el
fortalecimiento de un imaginario contrario al que se ha establecido en el
pensamiento de las personas desde la colonia y heredada al colonialismo interno
republicano. Asimismo, se pretende trabajar en los espacios sutiles que han
profundizado estas desigualdades sociales de forma muy disimulada en la
cotidianeidad y, en el peor de los casos, han normalizado las relaciones
marcadas por el racismo y la discriminación.
En
el presente año, de manera coincidente se ha llevado adelante la entrada
(folklórica) universitaria en la ciudad de La Paz el 2 de agosto, antes
mencionado y junto a las connotaciones y cargas sociales e históricas que lleva
consigo. Así, una vez más surge esta pugna entre el acerbo de la tradición
autóctona de los pueblos y el folklorismo al que se ha llegado bajo el pretexto
de cultura que en la mayoría de los casos no supera el hecho de ser un
pasatiempo alejado de todo compromiso con el pueblo al que represente tal o
cual danza. Sin embargo, cabe aclarar que el folklore no es negativo
implícitamente sino que adquiere esta característica al alejar la relación del
ejecutante de una manifestación folklórica y el pueblo del cual es originaria
la expresión, lo cual se agrava aun más con la ignorancia de la realidad del
día a día en estos espacios de convivencia social donde el simbolismo de este folk lore resulta fundamental en la
construcción de la identidad integral de estas colectividades donde se
introduce aspectos como la productividad y los ciclos agrícolas, entre otros.
Desde
una cualidad, aparentemente, rescatable de las manifestaciones folklóricas podemos
encontrar la relación que se establece entre lo rural y lo urbano donde se pasa
de lo autóctono a lo folklórico con el simple hecho de ser representada en un
espacio “citadino” con otros sujetos y actores. No obstante, en ese mismo paso
se produce un sesgo y este complejo simbólico recae en simple culturalismo que
no logra superar este aspecto y convertirse en un producto integral junto a los
otros elementos como el económico, político y toda la cosmovisión encerrada en
un supuesto simple baile o danza. Por tanto, al realizar este tipo de
actividades, a más de estar fomentando la cultura nacional mediante la
presentación de varias danzas, podemos estar reproduciendo mecanismos
coloniales que evitan un compromiso real con los pueblos y comunidades de las
cuales también somos parte aunque creamos estar alejados por categorías
imaginarias como lo urbano-rural, sin poder procesar conceptos como la otredad.
De igual manera, debemos tomar en cuenta que cuando este tipo de expresiones
culturales las realizan miembros de la comunidad universitaria pública se
encierran en un simplismo muy peligroso por evitar profundizar estas complejas
relaciones y solo enfocarse en el hecho de pasar el momento de esparcimiento o
un pasatiempo, sin ningún sentido de pertenencia. Con seguridad, en torno a
esta temática habrán mucha otras aristas pero la cultura es un gran engrane de
la sociedad boliviana que ha permitido articular demandas políticas y sociales
y que, contradictoriamente, en otros momentos ha sido instrumento de
perpetuación del sistema y por lo tanto no debe ser tomada a la ligera y
arrancada de la integralidad de los otros elementos. El simbolismo es mucho
complejo y las abarcas o el sombrero no son disfraces ni ornamento, sino que
han sido parte vital de los procesos sociopolíticos de nuestro pueblo, además de
ser bastiones de la luchas como la descolonización que justamente pretende
eliminar esas desigualdades muchas veces subsumidas en los disfraces del
folklorismo de nuestra realidad.
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