Luego de haber transcurrido cinco años de gestión de
gobierno, nos aprestamos a una nueva elección nacional donde se definirá el
nombre del próximo Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, justamente
en 12 de octubre de forma provocativa. Sin embargo, esta etapa se encuentra
enmarcada en las campañas electorales todavía masivas, en referencia a los
medios de difusión nacional y su capacidad de intervención popular. Esta
situación responde al cronograma establecido por el Tribunal Supremo Electoral (TSE)
que hizo una planificación con tiempos específicos para cada momento rumbo a
las elecciones 2014. Con estos prolegómenos, las encuestas y estadísticas
lanzadas por varias fuentes y empresas del rubro vienen perfilando a Evo
Morales como el candidato preferido para lograr una victoria con situaciones
novedosas como el aumento de aceptación en el Departamento de Santa Cruz donde,
en promedio, supera el 50%.
En los mismos términos de
territorialidad y política, no encontramos con situaciones igual de sugerentes
como ser la baja aceptación que tiene Juan del Granado en La Paz donde llega
apenas al 3%, pese a que este fue uno de sus principales reductos a nivel
municipal. Por otra parte, Jorge Quiroga sorprende con los datos que superan al
candidato Sin Miedo sin importar que hiciera pública su postulación apenas
algunos días antes del plazo límite de inscripción ante el TSE. En este caso,
seguramente el respaldo viene desde el lado de la población más conservadora
del país que pretende un retorno al modelo anterior en pleno a lo que se
adscriben términos como el neoliberalismo y la derecha sin eufemismos. Samuel
Doria Medina se pretende mostrar como el centro y la conciliación, es por ello
que una de sus palabras primordiales es la unidad a la que se articuló, con
fines electorales, lo demócrata; sin embargo con lo sucedido en la presentación
de sus candidatos hace algunos días en Santa Cruz se pone en cuestión la
capacidad unificadora con que se cuente gracias a este antecedente violento.
Por último, nos encontramos con Fernando Vargas que dentro de las tendencias
del voto parece un código binario que fluctúa solo entre 1 0 1 0 1 0,
dependiendo de mínimas variantes que ni siquiera hacen la diferencia en su
Departamento (el Beni) olvidando toda la parafernalia del TIPNIS.
Bajo estos precedentes, ya sean estadísticos
o hasta anecdóticos, toma fuerza la campaña electorera pretendiendo tener una
mayor ventaja entre EL oficialista y LOS opositores seguramente en espera de
superar al primero o por lo menos lograr que los otros desistan de sus
candidaturas. Centrando la atención en el aspecto de las campañas en pleno se
nota una tibieza de las mismas donde el posicionamientos de los candidatos no
está teniendo buena acogida y simplemente parece moverse en un estado latente
de forma muy sutil pero sin cambiar la tabla de posiciones. Así por ahora, en
su mayoría, las campañas son realizadas con trabajo hormiga y la voluntad de
las bases (lamentando por cierto de aquellos que no las tienen) o por lo menos
con funcionarios públicos dependientes de los diferentes niveles de gobierno
que, tratando de ocultar un secreto a voces, utilizan estos recursos humanos
para fines ajenos a la gestión pública. Por parte del candidato oficialista (¿u
oficial?) parece que la campaña se entremezcla con la gestión de gobierno que
pese a las críticas es la mejor carta de presentación que viene tan acorde al:
“Bolivia avanza/Evo no se cansa” y como una constante sin importar los tiempos
electorales. Desde la búsqueda de innovación nos topamos con candidatos que
buscan formas llamativas de captar la atención desde palabras altisonantes
hasta ingresar en modas mundiales que tienen de trasfondo la “solidaridad y
beneficencia”, echándose agua helada y nominando a sus círculos más cercanos
para que así entre todos tengan cobertura en los medios, se hagan más conocidos
o resulten algo más simpáticos y carismáticos. Con esto, y mucho más, seguimos
acercándonos al día de elecciones donde todo este proceso verá su efectividad o
fracaso, entre la continuidad, la reconducción o el golpe de timón del proceso
de cambio que cumplirá su primer década y pretende alcanzar, por lo menos, al
2025 para conmemorar la emancipación con una revolución.
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