lunes, 16 de mayo de 2016

ARAMAYO, TRES GENERACIONES

Caminando en Tupiza, era siempre una necesidad visitar un lugar central de la ciudad, lleno de connotaciones y significados que llevan al debate y hasta fuertes discusiones al respecto tratando de argumentar imágenes de personajes presentes en el día a día de la población junto a edificaciones donde se desarrolla el poder local. Así nos encontramos en la Plaza Independencia, testigo de los principales eventos ocurridos en este lugar, que se complementan con imágenes o fotografías históricas que nos llevan a dar un paseo por la milenaria Tupiza replanteada como una urbe y bajo una lógica señorial y republicana, como uno de los centros mineros más importantes del país. Pero vamos acercándonos al objetivo ubicado en la parte central oeste de la plaza, donde se encuentra un monumento ineludible para cualquier persona que pasó por ahí. Entonces, vemos a José Avelino Aramayo sentado en un asiento resaltante y, lo más importante, está acompañado de varios libros y lecturas que terminan de complementar tan ilustre espacio, en un valle oculto de Bolivia; como una inspiración para sentarse en cercanías para leer algún libro pertinente a cada momento en la vida.

Para muchos ese es el final de la historia de Aramayo, pero caemos en un error histórico motivado por la ignorancia de las tres generaciones familiares de las que José Avelino solo fue la primera, y posiblemente la más rescatable. Para entender en gran medida el devenir histórico de esta familia resulta fundamental el libro de Alfonso Crespo “Los Aramayo de Chichas” (1981) que nos permite dar ese paseo por la historia de nuestro país teniendo como una transversal la vida y obra de las tres generaciones Aramayo donde se encuentra José Avelino (1809-1882), Félix Avelino (1846-1929) y Carlos Víctor (1889-1982), junto a una serie de actores con quienes generaron encuentros y desencuentros en el proceso que pasa desde antes de la independencia llegando hasta poco después de la Revolución Nacional de 1952. Luego de esta época de insurgencia obrero-popular Carlos Víctor abandona el país sin lograr retornar hasta su muerte, misma suerte que tuvieron sus familiares sin que se tenga un seguimiento mayor de la triada Aramayo hasta nuestros días al igual que del patrimonio material e inmaterial, exceptuando los importantes documentos generados en cada época.


Para seguir profundizando sobre Aramayo, pero con mayor énfasis en el caso de Félix Avelino, podemos remitirnos a otra publicación sugerente de autoría de Adolfo Costa Du Rels, titulado “Felix Avelino Aramayo y su Época 1846-1929” (1942), donde se presta mayor atención a la vida de la segunda generación. Aquí resaltan lugares como San Joaquín la “casa solariega” donde pasaron gran parte de su vida y de la cual llevaron los mejores recuerdos hasta el fin de sus días. Asimismo está Tupiza en el recuerdo, que se constituían siempre en el destino añorado para retornar en algún momento. Por último tenemos, al que se denominó, como uno de los “barones del estaño”, Carlos Víctor, quien fue heredero del trabajo de dos generaciones anteriores y que fue el más juzgado por la historia y en el cual se concentró la crítica política del momento ante lo que se conocía como la rosca minero feudal, que fue “derrotada” con la Revolución Nacional. Así, todavía falta mucho por decir e investigar sobre los Aramayo en los Chichas, en perspectiva diacrónica, más allá del simple prejuicio estructurado dentro de una coyuntura específica que incluso ignoró el proceso histórico de estas tres generaciones, las cuales tuvieron roles importantes en las decisiones que se tomaba en el país al cual habían tratado de aportar desde diferentes lugares y periodos. Los Aramayo, según Crespo, superaron un comienzo difícil y adverso donde José Avelino tuvo que seguir derroteros complejos para lograr consolidar el patrimonio inicial dentro de la minería, este patrimonio fue heredado a Félix Avelino, pero en ambos casos las condiciones fueron fluctuantes entre altas y bajas. Así, solo Carlos Víctor logró consolidar un importante patrimonio que fue juzgado en su momento en base al contexto que se vivía; en este marco Carlos Víctor nos entrega palabras sugerentes que resumen lo ocurrido en ese tiempo: “No dejó de sorprenderme que alguna vez, en artículos de prensa y en libros, ciertos hombres hablaran con alguna simpatía y respeto de la memoria de mi abuelo paterno, don José Avelino Ortiz de Aramayo, mientras vertían todo su veneno contra mi padre y contra mí mismo. […] Mi abuelo, a pesar de haber trabajado toda su vida con empeño e inteligencia, […] no alcanzó personalmente la satisfacción de conocer el triunfo, y cuando murió dejó más deudas que fortuna a sus hijos”.

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