Caminando en Tupiza, era siempre una necesidad visitar
un lugar central de la ciudad, lleno de connotaciones y significados que llevan
al debate y hasta fuertes discusiones al respecto tratando de argumentar
imágenes de personajes presentes en el día a día de la población junto a
edificaciones donde se desarrolla el poder local. Así nos encontramos en la
Plaza Independencia, testigo de los principales eventos ocurridos en este
lugar, que se complementan con imágenes o fotografías históricas que nos llevan
a dar un paseo por la milenaria Tupiza replanteada como una urbe y bajo una
lógica señorial y republicana, como uno de los centros mineros más importantes
del país. Pero vamos acercándonos al objetivo ubicado en la parte central oeste
de la plaza, donde se encuentra un monumento ineludible para cualquier persona
que pasó por ahí. Entonces, vemos a José Avelino Aramayo sentado en un asiento
resaltante y, lo más importante, está acompañado de varios libros y lecturas
que terminan de complementar tan ilustre espacio, en un valle oculto de Bolivia;
como una inspiración para sentarse en cercanías para leer algún libro
pertinente a cada momento en la vida.
Para muchos ese es el final de la historia de Aramayo,
pero caemos en un error histórico motivado por la ignorancia de las tres
generaciones familiares de las que José Avelino solo fue la primera, y
posiblemente la más rescatable. Para entender en gran medida el devenir
histórico de esta familia resulta fundamental el libro de Alfonso Crespo “Los Aramayo de Chichas” (1981) que nos
permite dar ese paseo por la historia de nuestro país teniendo como una
transversal la vida y obra de las tres generaciones Aramayo donde se encuentra
José Avelino (1809-1882), Félix Avelino (1846-1929) y Carlos Víctor (1889-1982),
junto a una serie de actores con quienes generaron encuentros y desencuentros
en el proceso que pasa desde antes de la independencia llegando hasta poco
después de la Revolución Nacional de 1952. Luego de esta época de insurgencia
obrero-popular Carlos Víctor abandona el país sin lograr retornar hasta su
muerte, misma suerte que tuvieron sus familiares sin que se tenga un
seguimiento mayor de la triada Aramayo hasta nuestros días al igual que del
patrimonio material e inmaterial, exceptuando los importantes documentos
generados en cada época.
Para seguir profundizando sobre Aramayo, pero con
mayor énfasis en el caso de Félix Avelino, podemos remitirnos a otra
publicación sugerente de autoría de Adolfo Costa Du Rels, titulado “Felix Avelino Aramayo y su Época 1846-1929”
(1942), donde se presta mayor atención a la vida de la segunda generación.
Aquí resaltan lugares como San Joaquín la “casa solariega” donde pasaron gran
parte de su vida y de la cual llevaron los mejores recuerdos hasta el fin de
sus días. Asimismo está Tupiza en el recuerdo, que se constituían siempre en el
destino añorado para retornar en algún momento. Por último tenemos, al que se
denominó, como uno de los “barones del estaño”, Carlos Víctor, quien fue
heredero del trabajo de dos generaciones anteriores y que fue el más juzgado
por la historia y en el cual se concentró la crítica política del momento ante
lo que se conocía como la rosca minero feudal, que fue “derrotada” con la
Revolución Nacional. Así, todavía falta mucho por decir e investigar sobre los
Aramayo en los Chichas, en perspectiva diacrónica, más allá del simple
prejuicio estructurado dentro de una coyuntura específica que incluso ignoró el
proceso histórico de estas tres generaciones, las cuales tuvieron roles
importantes en las decisiones que se tomaba en el país al cual habían tratado
de aportar desde diferentes lugares y periodos. Los Aramayo, según Crespo, superaron
un comienzo difícil y adverso donde José Avelino tuvo que seguir derroteros
complejos para lograr consolidar el patrimonio inicial dentro de la minería,
este patrimonio fue heredado a Félix Avelino, pero en ambos casos las
condiciones fueron fluctuantes entre altas y bajas. Así, solo Carlos Víctor
logró consolidar un importante patrimonio que fue juzgado en su momento en base
al contexto que se vivía; en este marco Carlos Víctor nos entrega palabras
sugerentes que resumen lo ocurrido en ese tiempo: “No dejó de sorprenderme que alguna vez, en artículos de prensa y en
libros, ciertos hombres hablaran con alguna simpatía y respeto de la memoria de
mi abuelo paterno, don José Avelino Ortiz de Aramayo, mientras vertían todo su
veneno contra mi padre y contra mí mismo. […] Mi abuelo, a pesar de haber
trabajado toda su vida con empeño e inteligencia, […] no alcanzó personalmente
la satisfacción de conocer el triunfo, y cuando murió dejó más deudas que
fortuna a sus hijos”.
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