La igualdad y equidad de
género es presentada como un tema de moda en los últimos tiempos, no obstante
es posible que esta sea una argucia más que pretenda estigmatizar este
planteamiento por una sociedad más horizontal y sin desigualdades sociales a
partir del sexo y el género de las personas. Entonces nos encontramos frente a
una lucha histórica de, lo que representa, más de la mitad de la población en
Bolivia y el mundo, como muestran los datos demográficos para esta constante en
el tiempo. No obstante, pese a esta situación poblacional la distribución del
poder ha sido diferenciada en favor de los hombres que a partir de varios
elementos sociales y políticos en el devenir de la historia han terminado de
consolidar un fuerte sistema patriarcal y una lógica machista encargada de
estructurar a la sociedad así como crear y asignar determinados roles para
hombres y mujeres.
Con estos precedentes debemos
abordar el tema de los espacios identificados como lo público y privado donde
el primero es asignado a los hombres como una asociación cuasi natural al igual
que lo privado o doméstico se relaciona con las mujeres con todas las
implicancias del caso que, por lo general, van en detrimento de las mismas
involucrando aspectos como la doble y triple jornada laboral, o el trabajo
doméstico no remunerado ni reconocido desde la formalidad. Entonces nos
enfrentamos a esa anquilosada perspectiva de asumir que solo las mujeres deben
cumplir responsabilidades domésticas que incluyen actividades como cocinar,
limpiar, lavar y consecuentemente el cuidado de los hijos e hijas. En
contraposición los hombres quedan exentos de estas labores a partir de su
condición de hombres y de los roles socialmente, mal, construidos, por lo que
nos encontramos en una sociedad donde ver a un hombre cumpliendo estos roles
“femeninos” es denigrante y no cuadra con el prototipo o patrón del jefe de
hogar. De esta forma, la naturalización de estos roles y espacios en la
sociedad han quedado tan internalizados que los cuestionamientos o
interpelaciones que se hagan al respecto son invalidados por todo un aparato
ideológico y subjetivo sustentado en una arcaica división sexual de la sociedad.
En una mirada más amplia,
ingresamos a considerar a la división sexual del trabajo donde las estadísticas
y datos sobre temas laborales muestran una población femenina en desventaja
dentro del mercado laboral dentro del cual los avances logrados han sido
resultado de la propia lucha de las mujeres por mucho tiempo para que ahora
estemos hablando de conceptos como la paridad y equidad. Sin embargo, más allá
de los datos formales del trabajo, hay que profundizar la lectura identificando
por ejemplo la informalidad con rostro de mujer y, cómo no, la pobreza con
rostro de mujer identificados a partir de estudios especializados pero que
también se presentan ante nuestros ojos en la cotidianidad, simplemente con el
hecho de visitar una feria, alguna comunidad alejada de las grandes urbes, así
como las periferias de las grandes metrópolis segregadas. Entonces, la división
sexual del trabajo es otra realidad permanente que pasa desde espacios formales
llegando hasta la marginalidad a lo que se suma la doble y triple jornada sin
que esto repercuta a nivel social por considerarse un problema privado, como un
descargo colectivo para desestimar esta situación.
En este cometido, nos encontramos inmersos dentro de
una sociedad adormecida y enajenada por una serie de elementos encargados de
construir la estructura patriarcal donde el género se sigue construyendo a
partir de diferencias tan básicas y sutiles como los colores pre asignados,
rosado VS Celeste, o juguetes en similar dirección, cocinas VS autitos, reproduciendo
así esa división imaginaria y divisiones construidas socialmente para terminar
en argumentos de dominación y sometimiento hacia las mujeres dando continuidad
a las desigualdades normalizadas. En esta línea también se encuentran los
medios de comunicación reproductores de micromachismos o sexismo frontal para
sus receptores masivos que actúan como máquinas célibes. De la misma manera,
nos enfrentamos con la violencia en todas sus formas y espacios, de las que una
de las más recurrentes y complejas es la intrafamiliar donde la pareja se
constituye, por lo general, en el agresor o en casos peores se trata del padre,
abuelo, hermanos u otros del círculo familiar. Adicionalmente vamos al ámbito
público como la escuela, el trabajo y otros más donde se ejerce violencia de
una u otra manera contra las mujeres, desde la violencia psicológica, física,
sexual, económica, simbólica y muchas más resultando en esta vulneración de los
derechos y las leyes que parecen no tener alcance en el devenir cotidiano
frente a lógicas sexistas, violentas, machistas, misóginas y arcaicas, entre
otras.
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