lunes, 8 de abril de 2013

NACIONALISMOS E INTERNACIONALISMOS



El 9 de abril de 1952 la sociedad boliviana vivió un proceso político que buscó concretizar cambios profundos en el sistema y la estructura estatal habiéndose logrado la Revolución Nacional, que fue gestada y ejecutada desde los sectores sociales. Todo este escenario se generó, sobre todo, después de la Guerra del Chaco donde ocurrió un reencuentro y reconocimiento entre la población boliviana, a decirse de oriente, valles y occidente. Así, se conformaron cuatro partidos de importancia bajo las siglas de POR, PIR, MNR y FSB; que encontraban similitud bajo la fuerte tendencia nacionalista que había dejado como resultado la pasada contienda bélica con Paraguay. En este sentido, la corriente nacionalista marcaba los caminos de la política y de los objetivos que se pretendía obtener a futuro fortaleciendo diferentes características ya sean desde el Estado y los propios imaginarios sociales, que no obstante cayeron en una riesgosa búsqueda de homogeneización que trajo secuelas posteriormente.

            Con el transcurso del tiempo, el programa del MNR se fue redireccionando hacia caminos contradictorios, dejando de lado los importantes avances y logros de la Revolución del ’52 que más bien fue (re)tomando lineamientos neoliberales que transitaron por un periodo de dictaduras y culminaron en una crisis profunda en 2003. Así, con el paso de los años lo que había quedado pendiente, o había sido traicionado, se fue retomando desde los movimientos indígenas y campesinos, principalmente, que a su vez se constituyeron en actores predominantes en el cuestionamiento a las desigualdades sociales y económicas promovidas por el sistema político y un Estado elitista y poco incluyente. De esta manera, la gestación y maduración de un nuevo proceso revolucionario fue irreversible esta vez bajo el denominativo de “proceso de cambio” que en algunos aspectos parece la continuidad del ’52 pero con avances significativos en base a las condiciones actuales y los nuevos actores sociales que forman parte del nuevo escenario de influencia política.

            En este sentido, el actual proceso de cambio cuenta también con una fuerte tendencia nacionalista que ha fortalecido al Estado y a la sociedad en varios aspectos a partir de políticas públicas con el sesgo del socialismo comunitario que busca principalmente reducir las desigualdades históricas entre sectores, revalorizando estructuras y prácticas de los pueblos en un proceso de descolonización, planteado como otro de los pilares del actual gobierno. De manera adicional, esta vez la búsqueda del fortalecimiento nacional se plantea mediante el reconocimiento y articulación estructural de lo plurinacional, es decir de las naciones originarias que permanecen vigentes hasta nuestros días anulando así el error homogeneizador del ’52 y más bien respetando la pluralidad. No obstante, a la par se impulsa un proceso complementario que busca afianzar alianzas de integración en la región entre países vecinos, que casualmente viene acompañada de una corriente de gobiernos progresistas y con sesgos izquierdistas que permiten estos acercamientos. De esta forma, si bien se tiene una corriente (pluri)nacionalista resulta novedosa la articulación de políticas que trabajen desde lo nacional, plurinacional e internacional planteándose nuevos paradigmas en cuanto a la forma de gestionar la política y las relaciones, tanto internas como externas. Por tanto, se realizan avances sugerentes en cuanto a madurez política de los pueblos que se van alejando de corrientes ortodoxas que veían como naturalmente opuestas las visiones del nacionalismo y el internacionalismo.

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