Alfredo Domínguez Romero
nació en Tupiza el 9 de julio de 1938. A partir de ese momento es testigo de
una serie de facetas y experiencias las cuales fueron vividas en varios espacios
de Bolivia y el mundo. De esta manera, tuvo que superar diferentes obstáculos
que se iban presentando y que también él mismo buscaba, posiblemente, para
ampliar esas experiencias como un proemio de la amplia y compleja obra de la
que sería autor posteriormente. Domínguez desde muy temprana edad se fue
convirtiendo en una especie de anti héroe libertario, papel que de forma
contraproducente le traería muchos reconocimientos que se suman hasta la
actualidad. Uno de sus aspectos resaltantes fue en el momento en que decide
dejar la escuela para partir rumbo a la Argentina como zafrero donde también
trabaja en un circo como cuidador de un mono, luego de haber sido catalogado
como “el mal ejemplo” en un sistema educativo caduco y anquilosado. Con este
inicio, Domínguez cultivó una serie de semblantes donde estaban el de
guitarrista, pintor, grabador, futbolista, actor y otros consolidándose como un
artista complejo e integral, pero que fue reconocido principalmente como
guitarrista, incluido además dentro de la Enciclopedia de la Guitarra, de
Francisco Herrera, como uno de los 10 mejores exponentes del género folclórico en
el mundo.
Dejando
de lado las diferentes cualidades de Domínguez, no remitimos a la guitarra que
logró trascender fronteras y tiempos, luego de su muerte en Ginebra-Suiza el 28
de enero de 1980. Así, hasta la actualidad su música sigue resonando en los
espacios culturales desde los más “elevados” hasta los simples encuentros
cotidianos y performativos que se suelen producir de cuando en cuando. No
obstante, queda un gran lineamiento por explorar el cual se encierra dentro de
las letras escritas por el Genio Indomable donde podemos identificar una
lectura muy rescatable de la realidad de la sociedad boliviana entre las
décadas de los ’60 y ’80. De esta manera, en primera instancia encontramos una
fuerte identificación con sectores populares, campesinos y mineros los cuales
eran compañeros del día a día para Domínguez y desde donde emergía toda esta
inspiración. Entre las canciones escritas e interpretadas identificamos
elementos interpelatorios contra el sistema, el imperialismo y el orden
establecido, siempre tan excluyente y vertical. Así, solo como un ejemplo en la
canción “No fabriquen balas” Alfredo es capaz de hacer un llamado de atención,
en un escenario suizo (desde donde provenía el armamento para el Ejército
boliviano), con frases como: “No fabriquen balas/ya no por favor/mueren mis
hermanos/y causa dolor” que fue compuesta el mismo instante de su presentación
después de haberse producido el Golpe de Estado y la masacre de San Juan.
En el final de su
existencia, Alfredo Domínguez sufrió la transformación de persona a personaje
con una carga simbólica que ha trascendido hasta nuestros días. Pese a ello, su
obra tiene una gran brecha por revisitar y tal vez deconstruir, pero se sigue
presentando con revelaciones fundamentales para los sentidos que incluso nos
permiten hacer una lectura, desde el campo cultural, de la compleja realidad
boliviana y los derroteros que hemos seguido en la búsqueda de una necesaria
revolución social. Domínguez tuvo la capacidad de leer ese contexto inmerso
entre periodos dictatoriales e inestables para plasmarlos en canciones con
letras cargadas de gran sentimiento y compromiso con su pueblo. De esta manera,
vamos integrando la obra de Domínguez que nos ayude a complejizar su análisis
retornando desde Europa, pasando por Sud América, Bolivia y aterrizar por fin
en Tupiza, el origen de toda esta historia personal en la que se refleja una
importante cantidad de existencias de niños y niñas que todavía viven en
sociedades discriminatorias, excluyentes y violentas; que suman sus voces en la
representación de nuestro artista, Alfredo Domínguez Romero.
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