lunes, 2 de septiembre de 2013

PROMOVIENDO UNA CICLOVI(D)A

Viviendo en pleno final del siglo XX y las postrimeras del XXI todavía existen lugares donde la gente puede disfrutar de un tranquilo paseo en bicicleta, como principal alternativa a una caminata. Esta característica puede estar atribuida a las condiciones de vida que nos muestra la realidad de una comunidad o ciudad pequeña donde se lucha entre la convivencia y la extinción. Dentro de la diversidad de formas de vida existen una gran gama que se presenta dependiendo de sus características propias y el crecimiento poblacional y demográfico, muy relacionado con el desarrollo y progreso, desde la línea desarrollista. Pero dentro de todo este entramado se presentan espacios para el compartimiento, la aventura y las travesuras motivadas por el acceso a un medio de trasporte tan accesible para el uso común y transversal a las clases sociales. Así, las principales ciudades, de forma contradictoria pero positiva, están optando por construir infraestructuras específicas para el uso de bicicletas en las grandes ciudades, a decirse de las ciclovías para deconstruir las subjetividades en torno a las ciudades como se las conoce hasta ahora.

            Estas sendas alternativas al caos y la polución de las urbes, y metrópolis, se vienen planteando bajo una lógica, casi obligada, para la toma de conciencia respecto de las condiciones de vida actual a la que nos ha arrastrado ese mismo desarrollismo explotador de recursos naturales y humanos. Con este paréntesis podemos sentir una satisfacción por haber sido actores de estas actividades tan comunes y cotidianas, que dentro de las ciudades son solo motivadas por la necesidad obligatoria para recuperar la calidad de vida, y hasta una añorada vida de familia. De esta manera, la vía del tren es una de las imágenes casi inmediatas que se presentan al tratar de recordar estos momentos sobre dos ruedas, no motorizadas, siendo el sendero o ruta preferida para dar comienzo y final a nuestras sagas permanentes. Siguiendo este recorrido solíamos trazar nuestros objetivos diarios, aunque en algunos casos se extendían a varios días y poblaciones diversas para los más avezados viajeros desviando la atención de una ruta troncal y tomando varios caminos de herradura no señalizados.

Con lo antecedido, y al ritmo según crecen nuestras ciudades, se van alejando estas oportunidades de seguir realizando estas vivencias por lo cual podría ser propicio hacer una adecuación de estos senderos, cuasi, naturales para habilitar ciclovías que nos permitan seguir teniendo los privilegios muy exclusivos para espacios como el nuestro. Por otra parte, queda la promoción del uso de la bicicleta como una manera de evitar que el imperio y dictadura de los motorizados siga sometiéndonos a sus reglas y aceleraciones dentro de un ambiente de smog. En todo caso, poder movilizarnos en bicicleta nos permite tener otra óptica de la vida porque, primero te aleja por algún tiempo del contacto con la tierra y te permite pensar desde una perspectiva diferente; por ejemplo, la responsabilidad por la seguridad individual que se genera desde muy pequeños. Así, dentro de todo este marco hedonista debe incluirse uno de los argumentos más importantes del uso de la bicicleta, el cual es el aporte al proceso de deterioro del planeta con problemáticas como el calentamiento global que son temas generalizados y comunes para todos. Por tanto, la bicicleta se vuelve un sinónimo de salud, bienestar, diversión, compartimiento y mucho más, donde fundamentalmente no se requiere una gran inversión económica para contar con este medio y el mismo se convierte en la democratización del transporte hacia la retoma ciudadana del espacio público.

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